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Calentito,
tan calentito como los peroles de la masa frita de La Palma del
Condado. Recién salido del horno, casi con un olor candeal a
angarillas de panadero de Alcalá. Pongo el nuevo trabajo de Gracia Montes
en el tocadiscos, y se me llena el escritorio de aires del río,
de su río. De ese Guadalquivir que viene desde Lora, Lora del
Río, hasta los recuerdos con juncias y velas blancas de este
"Puerto Camaronero", una copla que empieza con un
pregón y que te acaba metiendo a su segundo verso en el muelle
de las falúas que pasaban a las cigarreras desde Triana, de los
vapores de Ybarra, de los barcos que bajaban majestuosos hasta
Sanlúcar con sus ruedas del Mississippi, de los últimos
bergantines y goletas que llegaban desde La Guaira o Veracruz
para llevarse bocoyes de aceitunas endulzadas y cajas de
naranjas.
Les confieso que soy dado a que
se me llene el escritorio de aires de los naranjales de las
huertas de Lora, de Lora del Río, cuando oigo a Gracia Montes,
porque soy partidario de esta gran señora de la canción, toda
dignidad, toda dedicación, toda delicadeza, que ha conseguido
estar años y años en un mundo musical cuya papeleta de
defunción muchos extendieron muchas veces y donde otras
artistas, decrépitas y acabadas, están dando cada día penosos
espectáculos a cobro revertido por esas televisiones,
arrastrando ridículamente sus años y su poca vergüenza.
Siempre me prendó la voz de Gracia Montes,
desde aquella noche de los años 60 en que la oí en el teatro
San Fernando, cuando volvía de una retirada por amor.
Historia de amor la de Gracia Montes a la que otras, en esta
hora de corazones con taxímetro, le habrían sacado de diez a
quince millones por cada pelotazo en televisión. Gracia Montes,
retirada por amor, volvía a su oficio, con su voz única, con
esos quejidos y pellizquitos inigualables e inigualados, y era
quizá el último gran espectáculo de la canción andaluza,
como he recordado en alguna evocación literaria.
Por eso cada vez que oigo a
Gracia Montes, como ahora que su disco nuevo está sonando en el
escritorio, rescato un tiempo. En el caso de esta grabación que
ahora suena, que se titula "A ti, madre" y que ha sido
editada por Coliseum, suena ni más ni menos que la memoria de
la canción en los años 30, 40 y 50 del siglo XX, al que ya
debemos llamar el Siglo del Cuplé, que es como el pueblo llamó
siempre a esta Copla de la que ahora viven tantos que la
despreciaron en su momento. Junto a obras nuevas, Gracia Montes
ha rescatado la memoria de muchos autores ahora olvidados. He
citado ese "Puerto Camaronero", una delicia que
escribieron Juan Mostazo (el de "Mi jaca") y García
Padilla, que no es otro que el padre de Carmen Sevilla, el autor
que firmó como "Kola" muchos clásicos del cuplé.
Podría citar "España canta", de Zapata y Merenciano,
o "En las cruces de mi reja", de Antonio Quintero y
Mostazo. O cuplés de su repertorio de Ochaíta, Valerio y
Solano, como "Cariá la Sanluqueña" o "Palito de
ron". El disco, con ser grandes estos cuplés, merece la
pena por una interpretación única: la creación que Gracia
Montes hace de la cantadísima y versionadísima "Falsa
moneda" de Cantabrana, Mostazo y Ramón Perelló, el gran
letrista republicano que ni siquiera ha conseguido el rescate y
revalorización por su rojez, en plan Miguel de Molina o
Angelillo. ¿Habremos oído veces la "Falsa moneda" y
por voces distintas? Hasta que la hemos escuchado en este disco
nuevo, ahora que el escritorio se nos ha hecho plata del río en
su voz, no hemos oído todos los prodigios musicales que
encierra esa canción, que parecía que llevaba más de sesenta
años esperando que Gracia Montes la cantara.
Sobre Gracia Montes, en El
RedCuadro: Esta noche reaparece Gracia Montes
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