stamos
en días de comernos el turrón. Y las uvas. Y el caviar. Y los
langostinos. Y lo que caiga. Lo que haya que comerse. Como lo de
aquella frase memorable de El Peña de Cádiz:
-- Vamos a llevarnos bien...lo que haya que
llevarse.
Vamos a comernos bien lo que haya que comerse.
Y algunos, ay, se estarán comiendo en estos días el último
turrón del poder. El último turrón del poder es lo mismo que el
último tango en París, pero sin Marlon Brando y sin mantequilla,
a pelo. Muchos consejeros de la Junta saben que han mandado sus
últimos crismas desde el poder. Que se comen el turrón y también
el marrón de que los quitan de las listas.
-- Y muchos otros saben que esos jamones que
han recibido son los últimos jamones que le mandarán.
Para muchos, con las elecciones, comenzará el
tiempo del chopepó y se acabó lo que se daba de las monumentales
cestas de Navidad que llegan en estos días, de las cajas
surtidas, de los jamones. Andaluces de Jaén, aceituneros
altivos, decidme en el alma para quién, para quién son esos
jamones. Esta es la prueba del nueve del poder. Decidme dónde
van los jamones de las Pascuas y os diré dónde esto el poder. Al
cesante, con el ex en el título de su cargo, le llega también la
certeza de que han puesto al día la libreta de direcciones del
poder y que se quedan sin jamón y sin cesta de Navidad, esas
cestas de Navidad último modelo, con jamones turbo, cierre
centralizado en las latas de paté y frenos ABS en las cuatro
ruedas.
Se van los consejeros que tuvieron el poder,
se van los diputados que creyeron tenerlo, como un azúcar de
estuchados Antoñín de Constantina se diluye la efímera gloria de
la legislatura. Disolverán las cámaras nacional y regional como
quien disuelve un alkaseltzer para paliar los efectos de la
última cesta de Navidad que le llegó de la empresa adjudicataria
de pata negra, que corresponde con productos de su propia clase.
De muchos no nos quedará ni el recuerdo.
¿Quién se acuerda ahora de los consejeros de Escuredo, de los de
Borbolla? Los que eran alguien, siguen siendo alguien, como
Suárez Japón, como Rafael Román, como Antonio Pascual. Los que
eran la nada sentada en un sillón del Consejo de Gobierno siguen
siendo la nada, sentada ahora en el acomodo que les buscaron en
una empresa pública, en un consejo asesor, en un consejo de
administración. Los que no tienen dónde caerse muertos, cuando
mueren políticamente suelen hallar muy confortables y bien
pagados nichos del mercado en la cesantía. Hay una industria del
reciclaje de políticos en la que en Andalucía se han hecho
auténticos encajes de bolillo para encajar a tanto paniaguado
para que no se quede sin pan. A veces un carné de partido da
mucha mayor seguridad y rentabilidad en el empleo que un título
universitario. Hay muchos licenciados universitarios en paro, y
muy pocos profesionales del carné del partido sin empleo.
Público, claro.
Lo que no me explico es que Juan Peña
Lebrijano, aprovechando la collada de la disolución de las
cámaras, haya dicho que él también se va, que ya está en su
casa. Pero no ahora, sino dentro de cuatro años. ¿Por qué cuatro
años, Juan? ¿Por qué no tres, por qué no cinco? Cuatro años es
la duración de una legislatura. Parece como si Juan Peña hubiera
anunciado que este disco es la última convocatoria de las urnas
del cante a la que se presenta, que no ira a la reelección
cuando se disuelvan las cámaras flamencas y se convoquen nuevas
elecciones dentro de cuatro años. Elecciones entre el polo y la
caña o entre la soleá y la seguiriya, claro.