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Entre
las grandezas de Sevilla nunca hemos hablado de las glorias de
su literatura turística. Pocas ciudades hay en el mundo que
gocen de tan buenos cicerones como los viajeros románticos. De
Borrow a Mitchener, de Merimée a Joseph Peyré, de Andrea
Navagiero a Jean Cau, del Barón de Davillier a Vargas Llosa,
escribieron a lo largo de los siglos la mejor y más refinada
guía azul de la ciudad. Para no dejarlos por embusteros, los
sevillanos nos hemos adoptado a lo largo del tiempo a la imagen
que estos viajeros clásicos, ilustrados, románticos o
contemporáneos dieron de la ciudad. Muchas antologìas se han
hecho de esta literatura, y más se deberían hacer. En Madrid han
colocado por las calles placas que recuerdan hechos históricos:
los que nacieron en esa casa, los que allí vivieron o crearon
obras universales. Nosotros alicataríamos literalmente las
fachadas de Sevilla si fuéramos poniendo azulejos con las frases
que le dedicaron las plumas mejor cortadas de la literatura
universal. Un ejemplo: en ese hotel nuevo de la calle Adriano,
frente por frente al Baratillo, un azulejo recuerda el Arenal de
Lope de Vega. Si pusieran todos los versos que Lope dedicó al
Arenal, ya digo: la fachada entera alicatada, como esas casas
horrendas de los pueblos donde llenan de porcelanosas la antigua
cal ilustre de la arquitectura popular.
Y junto a la literatura turística de los viajeros, la
desconocida de los escritores sevillanos. Literatura casi todas
las veces de encargo, que al ser escrita superó con creces las
exigencias del contrato para quedar en texto definitivo sobre la
ciudad. De Rafael Laffón suelen recordarse su "Discurso de las
cofradías" o sus versos ultraístas, pero nadie cita su guía
"Sevilla", escrita para una colección turística de Destino, un
clásico del género. Nadie se acuerda de la que el patriarca de
las letras hispalenses llamaba "la coloradita", por el color de
su encuadernación en tela, la "Nueva Guía de Sevilla" que
Santiago Montoto escribió en los años 30 para la Editorial Plus
Ultra. O se desconoce la magistral guía del Alcázar escrita por
su conservador, el liberal Joaquín Romero Murube.
Esta primavera nos trae un libro de Everest,
"Sevilla", que por sus textos merece ser inscrito no sólo en esa
tradición de la literatura turística sevillana sino de la
literatura a a secas, de "Sevilla en los labios" o de "La
Ciudad" de Chaves Nogales. Lo advertimos porque el libro, en
formato de regalo y profuso de fotografías de José Antonio
Zamora, puede inducir a confusión. Siendo tan hermosas las
fotos, hay que olvidarse de ellas, e ir al texto. Dos textos
magistrales, fuera de los tópicos al uso, introspectivos,
líricos, sobre la verdadera Sevilla íntima que aún podemos
gozar. Un texto se llama "La Historia como vida". El otro, "La
vida como fiesta". En ellos se nos presenta la ciudad que cabe
en una torre, hecha de la materia de los sueños. Se habla de la
luz del otoño, de las tiendas tradicionales del invierno, de la
gloriosa posesión de la primavera. La mejor Sevilla, quizá
tirada por la ventana, porque dudo que quienes compren el libro
por las estampitas puedan comprender la grandeza literaria de
esta definición de la ciudad. No nos sorprende. Quien escribió
estos textos que merecerían una edición estrictamente literaria,
sin estampitas turísticas, ya publicó en 1992 otra obra
magistral, que debería ser reeditada para que la conociera tanto
capillita iletrado que se cree que todo empezó cuando él fue
elegido prioste: la "Guía de la Semana Santa" de Aguilar.
Ah, se nos olvidaba el nombre de este
contemporáneo viajero romántico de su propia ciudad. Se llama
Carlos Colón.
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