stán
de moda los observatorios sociales y económicos. A cada momento
se nombra una comisión de expertos para que formen un
observatorio. Hasta para elegir seleccionador nacional de
fútbol. Observatorio en sentido distinto al clásico. Antes
decías observatorio y pensabas en un sabio con un telescopio
mirando las estrellas, un jesuita con un sismógrafo estudiando
terremotos en la Cartuja de Granada, o un marino de la Armada en
la Real Isla de León bajo una cúpula como de parlamento de país
hispanoamericano recién independizado. Decías observatorio y si
no iba la cosa de telescopio, iba de paisaje. Pensabas en el
observatorio del Estrecho en lo alto del Puerto del Cabrito,
desde donde ves África como en un coche parado. O pensabas en el
granadino Mirador de San Nicolás, el observatorio donde van los
presidentes americanos para ver una puesta de sol que Estados
Unidos, con todo su dinero y su poder, no ha podido igualar.
Y observatorio era, sobre todo, el meteorológico:
el Observatorio Meteorológico de San Pablo, el de La Parra, el
de Armilla. Un sitio donde llamaban las cofradías cuando el
Martes Santo se metía en agua y donde las novias se dirigían
para comprobar si habían hecho efecto los huevos que llevaron a
las monjas de Santa Clara en vísperas de su boda.
Ahora los observatorios son otra cosa. Los
observatorios son un montón de expertos colocados en un
organismo oficial no se sabe muy bien por qué ni para qué, que
tienen como misión emitir unos informes y dictámenes que vaya
usted a saber el caso que les hacen y la cuenta que les echan.
Los observatorios se dedican ahora a los más diversos
linquindois. Hay observatorios económicos, empresariales, de
empleo, de maltrato a mujeres. Con decir que hay hasta un
Observatorio del Flamenco está dicho todo.
Y con la ola de calor en todo lo alto, yo
propongo crear el Observatorio de los Observatorios propiamente
dichos. Un observatorio que se dedique a observar al
Observatorio Meteorológico, con el que cuando llegan estas
grandes calores nadie está de acuerdo. Creemos con mayor
convencimiento en compliados dogmas de la fe católica que en la
temperatura que dicen los observatorios meteorológicos que hace.
Vigilaríamos con ese observatorio la máxima que dan en la
sección del tiempo del telediario, con la que nunca estamos de
acuerdo. Dice el hombre del tiempo que en Sevilla y Córdoba ha
hecho 41 grados, y el espectador replica:
-- Já, já, poleá... ¿41 de qué? Lo menos 45
tuvimos ayer, ojú, qué calor.
El observatorio que propongo homologaría las
cifras oficiales con la sensación de ojú, qué calor, que
experimenta cada andaluz. Y nos diría de una vez y para siempre
lo que nos trae por la calle enmedio, con el calor que hace por
la calle enmedio con todo el solazo: si los termómetros
callejeros de la hora y la temperatura mienten o dicen la
verdad. En la hora, nadie duda: no he visto a nadie que mire su
peluco para comparar y decir que el reloj digital miente. Pero
la temperatura no se la cree nadie. Pasa uno con el coche, dice
aquello que hace 42 grados, y piensa;
-- Enseguía va a hacer nada más que 42...
Hay quien directamente, cuando pasa ante el
reloj-termómetro, lo insulta:
-- ¡Embustero, que eres un embustero, que el
de la Pasarela decía ahora mismito que hacía 45 grados y tú
dices que hace sólo 39!
Por eso, por eso urge el observatorio de los
observatorios meteorológicos. Que tendría de bueno además que a
la Junta no le iba a costar un duro. A lo mejor por eso mismo no
lo han creado ya.