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¿Mueren
las ciudades? Si concedemos que tienen alma, y vida, las
ciudades mueren un poco cuando
se van sus personajes. Por eso Utrera ha muerto un poco,
porque se ha ido Salvador de Quinta. Con todo lo que llevaba
escrito de su ciudad, sus actualidades y de Historia, Salvador
era cronista de Utrera, pero sobre todo algo más, bastante más
que cronista oficial de Utrera: cronista real de Utrera. Incluso
estoy por decir que era Utrera misma, Potaje Gitano, y Semana
Santa, y Mostachón de Oro, y Consolación, Rodrigo Caro, y la
cuna de las castas del toro bravo, y los Alvarez Quintero.
Salvador de Quinta era como el sumo sacerdote del templo de los
Quintero, que es el templo de la Gracia del pueblo andaluz. Por
Salvador sabíamos que los Quintero no se habían inventado nada
de Andalucía, que esa tierra y ese pueblo existían cuando en
menos de horas veinticuatro pasaron los golpes de gracia
anónimos de las calles utreranas a las tablas del teatro.
Como todo el que está en posesión de la gracia, Salvador de
Quinta era un hombre completamente serio. Vamos, tan serio que
trabajaba en una caja de ahorros. Pero pegaba la oreja por las
calles de Utrera y cuando cogía la pluma, era la gracia de
Andalucía en volandas la que hablaba. En Salvador se cumplía
perfectamente la ley popular que los que tienen gracia no son
unos graciosos. Las más de las veces, todo lo contrario: unos
señores tan serios que saben las claves del humor. El dolor de
la muerte de Salvador de Quinta me lo ha atenuado al menos saber
que le di una de las grandes últimas alegrías de su vida.
Aunque no soy hombre de esas cosas, Salvador me pidió que fuera
a Utrera a presentarle su último libro y allá que fui. Como un
clavo había que estar, no como obra de misericordia, sino como
ejercicio de la justicia con estos desconocidos escritores de
nuestros pueblos, que no buscaron en vida la menor absolución
al pecado de amor que Cernuda decía de José María Izquierdo.
Pecado de amor a Utrera en el que Salvador demostró durante
toda su vida que no tenía dolor de corazón alguno ni hacía el
menor propósito de la enmienda. Hasta ahí podíamos llegar.
"Gracia y desgracia de Utrera en los años de la pera
(1900-1950)" se llamaba y se llama aquel libro único de
Salvador de Quinta. Donde se demostraba el pulso del escritor
que era. Hablando de las casas de niñas de Utrera, miren cómo
describía a una de ellas: "La que más gloria alcanzó en
su oficio fue La Veneno, que en una sola noche se tiró ella
solita a cuarenta portugueses..." O hablaba Salvador de El
Negro Serapio, que no me negarán tiene nombre de personaje de
Alejo Carpentier. Citaba epigramas populares, personajes
increíbles. Una Utrera de gorras, de blusillas, de chambras de
patén, de Popá Pinini, de cartillas de racionamiento y cortes
de fluido. La de los epigramas, como aquel al alcalde Antonio
Carrión que empezó a multar con cinco duros a quienes hacían
aguas menores por los rincones y empezó a decir la gente:
"Cinco duros por meá/ es una exageración./ ¿Cuánto
lleva por cagá/ don Antonio Carrión?"
Me entero de cómo murió Salvador de Quinta y veo que cuando
los personajes van mucho en busca de su autor, el autor acaba
convirtiéndose en uno de ellos. Salvador de Quinta ha muerto
como podía haberlo hecho uno de sus personajes utreranos
exactos y cabales: fue casi viendo
a Curro Romero en el festival televisado de La Algaba. De
Quinta, nada: hasta en su muerte ha sido Salvador de Quinta
andaluz de primera.
Otros temas de Utrera en El RedCuadro:
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Montoya en su clan
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