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Leña
al mono, no; ahora toca leña al moro. Al moro, menos llamarle
moro (que es políticamente incorrecto, pecado mortal por lo
civil) se le puede hacer de todo. Y en algunas cosas, lo siento,
hay que bajarse al moro para tomar ejemplo. Vivimos días de
envidia. Algunos españoles (veinte o treinta millones)
envidiamos a los americanos por su forma de hacer una piña en
torno a la idea de nación, a la bandera, al presidente, a la
Constitución en la lucha contra el terrorismo, sin que ningún
Llamazares pida una mesa de diálogo. Envidiamos también a los
ingleses, que no son ni laboristas ni conservadores, sino otra
piña en torno a Tony Blair. Puestos a envidiar, tenemos que
envidiar hasta a los marroquíes.
A efectos de futuras bodas reales, a mí me gustaría ser por
lo menos como los marroquíes. Cada vez que viene una oleada de
pateras un poco fuertecita, sacamos la máquina de insultar a
los vecinos del Sur de la forma más cruel: describiéndolos.
Decimos que aquello es una Monarquía medieval, un Reino donde
no se respetan los derechos humanos, donde al que habla en
libertad lo meten en la cárcel y donde los súbditos tienen que
huir de la miseria jugándose la vida a cara y cruz (o media
luna) en el Estrecho.
Todo eso lo tenemos que borrar a efectos de bodas reales. En
el atrasado, medieval, injusto Marruecos, cuando un depositario
de los derechos históricos de la Corona piensa casarse, van y
lo dicen en un comunicado oficial. Y mediante ese comunicado
oficial, nos enteramos que la elegida no es una modelo más o
menos maciza y que su pasaporte no es de ningún país nórdico
o europeo, sino una compatriota. Y en una sociedad como la
magrebí y una cultura como la islámica donde la condición de
florero es demasiado generosa para describir el papel de la
mujer, el depositario de los derechos de la Corona no elige para
desposarse a una maniquí sueca para mojar pan, a una actriz
hermosota americana, a una guapetona "miss"
colombiana, sino a una señorita ingeniera que trabaja en un
grupo financiero, sin pasado salvaje ni vídeos lésbicos. Por
el contrario, en sociedades europeas que se dicen avanzadas,
donde el papel de la mujer no está encerrado con siete llaves
en un harén, los Príncipes se casan con azafatas de congresos,
modelos o, a mucho tirar, maestritas de guardería. En unas
sociedades donde la mujer es juez, notario, médico, no se
conoce caso de heredero que se haya enamorado de una
neurocirujana o una experta en Derecho Comunitario.
Punto en el cual conviene advertir que a veces bajarse al
moro y fijarse en lo que pasa allí es una forma bastante
convincente de no bajarse los pantalones de la Historia a causa
del encoñamiento de un niñato.
Sobre la Corona y la
boda del Príncipe, en El RedCuadro:
Desfile
de "majorettes", sí, pero en lencería [
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