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Lo
he leído en los informes de la sociedad estatal para la
adaptación al euro o de las organizaciones empresariales; se lo
he oído a Rodrigo Rato; pero hasta ahora no me lo he creído.
Ahora es cuando de verdad me consta que el euro está
perfectamente integrado en nuestros hábitos. De momento ya hay
chistes sobre el euro. Las realidades no existen hasta que el
español las incorpora a sus chistes. La Monarquía, por
ejemplo, no estuvo de verdad restaurada y consolidada hasta que
empezaron a circular chistes sobre el Rey, a quien por cierto le
encanta que se los cuenten. Ahora, cuando todo el mundo ha
empezado a saber por qué al billete de 500 le llaman el Bin
Laden es cuando de verdad el euro ha arraigado.
Aunque la máxima constatación del curso real de la nueva
moneda la acabo de obtener de una fuente para mí tan importante
como "The Wall Street Journal": un limpiabotas, lo que
en mi pueblo llamamos un betunero. En mi pueblo aún quedan esos
centros culturales refinadísimos que son los salones de
betunería, donde no solamente va uno a lustrarse los zapatos,
sino, en charlita con el limpiabotas, a saber cómo va el mundo.
En la Puerta de la Carne sevillana, que para mí es como decir
en el parquet de la Bolsa, el euro acaba de obtener carta de
naturaleza. Mientras te limpias los zapatos, el betunero te
habla de cómo va el Betis, de la orgía de los jugadores del
Barcelona, de la novia de Denilson y al final, cuando ha
terminado y le preguntas cuánto es, confirmas que la moneda
única está más arraigada que lo que señalan todas las
encuestas macro y microeconómicas. Porque el betunero te dice:
-- Son tres euritos...
Ahora es cuando de verdad me creo que esto marcha. Cuando
para los limpiabotas cien duros son tres euritos, con el
diminutivo afectuoso. El euro es una cosa distante, impuesta por
el Banco Central Europeo; al cambio, por los alemanes. Pero el
eurito sí que es nuestro. Suena como a "durito". Lo
que no sé es como resultará en tierras que no hacen el
diminutivo en "ito", sino en "ico", por
ejemplo en el antiguo reino de Aragón o en Granada, la tierra
del chavico. Allí escribes como mayúscula el diminutivo de la
moneda y es que te sale un rey godo: Eurico. Mejor. Algo de
recuperación de nuestra identidad histórica tenía que haber
para compensar tanta entrega de nuestra cultura como sacrificio
en el altar del europeísmo.
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