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Antes
de la transición, cuando Rafael Alberti aún era un remoto
exiliado en Roma, hubo un conjunto musical, Acquaviva me parece
recordar que se llamaba, que popularizó por todas las radios
del tardofranquismo una canción construida sobre unos versos
alejandrinos del poeta. Aquellos que decían:
¿Qué cantan los poetas andaluces ahora?
Desde el exilio interior de lo políticamente incorrecto,
hago como el popurrí gaditano de aquellos versos del poeta de
la Bahía y me pregunto en voz alta:
¿Qué dicen los obispos andaluces ahora?
Con el "ahora" me refiero al pasquín
en forma de pastoral que han publicado sus coleguillas vascos.
La Iglesia del Silencio no es sólo aquella de la que nos
hablaban en el colegio los misioneros jesuitas que volvían de
una China recién entrada en la revolución tras la larga marcha
de Mao. La Iglesia del Silencio también es la española.
Entendiendo por Iglesia a la jerarquía, a los inquilinos de los
palacios episcopales, a los perceptores de la eterna canongía
de los presupuestos generales de un Estado constitucionalmente
separado de la Iglesia. Sorprende que de todo el obisperío
español sólo haya alzado la voz el extraordinario ordinario de
Valencia. Valencia, que yo sepa, no ha puesto especialmente
víctimas a los verdugos jaleados por los obispos vascongados.
Que yo sepa, no ha habido ningún chorreo de sangre de
militares, de policías, de guardias civiles valencianos
asesinados por los que se esconden bajo la sotana de los obispos
y los curas vascos. Por el contrario, Andalucía se ha hartado
de poner víctimas a esos verdugos. Estos asesinados más
recientes, Cariñanos, Becerril, Carpena, pero también aquellas
víctimas antiguas, cuando la sangre la ponían casi
exclusivamente los servidores del Estado y apenas salían cuatro
líneas en los periódicos, porque entonces no era progresista
condenar a la ETA. No se olvide que, mucho antes de Rosa,
Armilla se hizo tristemente famosa por aquel aeropuerto
granadino donde llegaban cubiertos con la bandera española los
ataúdes de los servidores andaluces del Estado asesinados en
las Vascongadas.
De ahí que sea más clamoroso este silencio de los obispos
andaluces. Cuya lengua, aunque ahora parezca que se la comido el
gato, en otras ocasiones está bien brava. Se pronuncian, como
es su obligación, que para eso están, sobre la inmigración,
sobre el paro, sobre la infravivienda. Otras veces, largan sobre
la globalización o incluso sobre la teología de la
liberación, porque este asunto de la teología de la
liberación saben ustedes que apasiona a los andaluces. En las
barras de los bares no se habla de otra cosa más que de la
teología de la liberación.
No digo yo que una pastoral con todos sus avíos, un baculazo
en tiempo y forma, llamando a los colegas vascongados por lo
menos la mitad de lo que piensan los andaluces. No digo yo
tampoco que lo hagan conjuntamente, de Ayamonte a Almería,
entre otras cosas porque muchos de ellos no han nacido aquí ni
nos ha importado tampoco esta importación masiva de mitrados.
No pido tanto. Pido siquiera una palabra de los que son
profesionales de la Palabra con mayúscula. Que como los de
allí arriba se han puesto del lado de los verdugos, los de
aquí abajo se pongan de parte de las víctimas, que son
mayoritariamente andaluzas. Me niego a admitir que este silencio
de Palacio Episcopal sea tan andaluz como el silencio de la
Maestranza. Quizá en la calle me sepan responder al verso
albertiano:
-- Chiquillo, ¿pero cómo van a hablar los obispos
andaluces? ¿Tú no ves que esa cofradía es de silencio...?
Sobre la pastoral de los obispos
vascos:
Credo difícil
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