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De
mi admirada y respetada Ana
de Palacio dijo Erasmo que era como Ana Bolena en Asuntos
Exteriores. ¡Bingo! Despejaba así a córner muchas
incógnitas. Cuando la vimos por vez primera en el telediario,
nos preguntamos: "¿De qué me suena a mí esta cara?"
Claro, nos sonaba del Museo del Prado, salas de Pantoja de la
Cruz o de Sánchez Coello. Pero todo eso es Historia, que nos
interesa sólo a cuatro
gatos, probablemente los mismos que seguimos sosteniendo que la
dignidad nacional ha sido pisoteada en Perejil, al arriar
nuestra bandera roja y gualda (sí, roja y gualda, ¿pasa algo?)
porque lo dice Colin Powell, un señor a quien nadie ha votado
en España y que manda aquí más que el Banco Central Europeo,
que ya es mandar.
Ana de Palacio se viste de caricatura de sí misma. Cuando
llegó al aeropuerto de Rabat todo el mundo estaba pendiente de
quién iba a recibirla: si el que le va a por café a Benaisa o
si la señora de la limpieza del Ministerio marroquí de Asuntos
Exteriores. Eso no era lo interesante. Me intrigaba ver qué se
había puesto para el viaje. Ana de Palacio no se considera
vestida hasta que no se echa al cuello, a modo de bufanda o
chal, media sección de complementos de señora del Corte
Inglés y se pone su pedazo de collarón tipo tienda de los
veinte duros con unas cuentas así de gordas; los huevos de
avestruz son bolitas de alcanfor al lado de los perlones de
bisutería mala, mala, mala que se gasta.
La vi llegar así a Rabat, y luego en ese concurso de caras
largas que era la reunión ordenada por Washington. Me dio pena,
qué lástima de hija, tan desvalida. Pensé: verás tú cuando
la cojan los morancos... Qué riesgo más grande e innecesario
está corriendo esta mujer con los morancos. No pensaba en estos
morancos que han llamado al Primo de Zumosol de Washington para
que se retire el Tercio Duque de Alba. No pensaba en el moranco
Benaisa ni en el moranco Yusufi, ni en ninguno de los morancos
que le comen en la mano a Felipe González, los morancos que
riman con Polanco. Son otros los morancos que me hacen temer por
Ana de Palacio, con sus rizos de cuadro antiguo, con sus siete
mil pañuelos al cuello, con sus collares de bolas de billar.
Así caracterizada de sí misma, vestida de Ana de Palacio como
el difunto Conde de la Maza iba por la vida vestido de Conde de
la Maza, la ministra es carne de moranco como España es carne
de Departamento de Estado. A esos morancos debe temer, no a los
de Rabat. Es que lo estoy viendo, al moranco alto y rubio
haciendo a Ana de Palacio con los rizos, los pañuelos y los
collares. En cuanto al otro, al moranco más bajito y moreno, es
que tiene ya la cara de haberse tragado un islote de Benaisa.
Don Jorge y don César Cadaval: ustedes tienen ahora la
responsabilidad histórica de explicarnos de verdad qué ha
pasado con doña Ana y sus colegas los morancos felipistas.
(Porque esta tragedia de la dignidad nacional es de pasillo de
comedias.)
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