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Quizá
vieron en estos papeles la foto que me echaron el otro día en
Madrid, donde fui a hacer un mandado. Gustoso mandado: presentar
el libro que Carmen Güell ha escrito sobre la Duquesa de Alba,
pero la falsa, la que pintó Goya, porque la
verdadera, como todo el mundo sabe, es la que vive en la Casa de las Dueñas,
la que pintó Enrique el Cojo con los brazos al aire de su
Sevilla, en los espejos de su estudio flamenco. Fui a presentar
ese libro porque es una raya en el agua. Siendo Carmen Güell
historiadora, en absoluto se ha dedicado a lo que suelen sus
colegas: desmantelar las leyendas bajo un falso barniz
científico. Carmen Güell no sólo sostiene que la XIII Duquesa
de Alba es la Maja Desnuda de Goya, sino que además fue su
amante, y que tenían el picadero en el Coto de Doñana, donde
en aquella época de Godoy en vez de linces había lances,
lances de amor.
Es lástima que Carmen Güell viva en Barcelona y sea nieta
del Conde de Güell, el del Parque de Gaudí. Tenía que ser de
aquí. En Sevilla necesitábamos una así, para que publicara
una biografía de Mañara en la que sostuviera que Don Miguel,
antes de fundar La Caridad, fue el mismísimo Don Juan Tenorio
en persona, lo que le da mucho más mérito a las virtudes
heroicas de su beatificación, haber sido tan crápula y
calavera. Carmen Güell tenía que venir y publicar otro libro
para demostrar que en el mausoleo de la Catedral están los
verdaderos restos de Cristóbal Colon, enteros y plenos, y
dejarse de cuentos del ADN y de desenterrar los huesos de don
Diego Colón guardados en una lata de carne de membrillo en el
jardín de una fábrica de Santiponce.
Nada gusta más a los historiadores que cargarse de un
plumazo las leyendas sevillanas. ¿Pues no que dicen que el
lagarto de la Catedral no es un lagarto, sino un cocodrilo?
Vamos, que de milagro no sacan un papel para demostrar que a Don
Alonso el Sabio, antes Burro, se lo regaló el señor Lacoste
como propaganda de la casa... Cuando las leyendas serían un
filón turístico importantísimo, refinado y culto, en lugar de
la horterada de la exégesis de la siesta y de la calor impresa
en las camisetas que degradan las fachadas del barrio de Santa
Cruz. Sevilla debería poner en regadío turístico el cortijo
de sus leyendas, como Don Juan, Carmen o Fígaro, por las que es
conocida en el mundo.
Digo todo esto porque José Antonio Sáenz e Isabel
Rodríguez de Quesada, hoteleros con mucho encanto, van a poner
un cinco estrellas en la casa de Andrés Moro el anticuario, en
Argote de Molina. Lo van a llamar "El Barbero de
Sevilla". Ole. Perfecto. Hombre, entre Meliá Argote
(¡premio!) y El Barbero, es que no hay color en el nombre. Pero
debemos llegar a más. Desde ahora pienso mantener líricamente
que esa casa no era de Andrés el Moro, el que se parecía a
José Antonio Garmendia según su retrato del coñac Decano en
Casa Morales. Esa era la verdadera casa del Doctor Bartolo.
Hasta la Exposición del 29, no se olvide, frente al Coliseo
estaba la verdadera barbería de Fígaro, y hay preciosas
postales editadas por Tomás Sanz que la recuerdan. Sería
precioso volverla a abrir. Pero nos falta paladar. ¿Se imaginan
a los turistas haciendo cola para que Fígaro les pegue un
niquelado? Ya que no la barbería, tengamos al menos la casa
ante cuyo balcón el conde de Acquaviva despertaba al vecindario
con sus serenatas. Que ésa, y no otra, es la que va a restaurar
como hotel. Ese balcón de la calle Segovias es el balcón de
Rosina, de todas, todas.. Ya lo ha sacado Juan Suárez en la
escenografía que hizo con Carmen Laffón y Ana María Abascal
para el
montaje sevillano de "El Barbero". Luego la
leyenda está ya en marcha, sólo falta cuidarla y fomentarla.
Y, por supuesto, no dejar que se acerque por allí un solo
historiador.
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