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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, martes 25 de mayo  de 1999


Un caballero en plaza

Derribo mortal del picador José Muñoz
Derribo mortal del picador José Muñoz, por un toro de Victorino Martín, en la plaza de Vic-Fezensac (Foto AP)

En los viejos carteles de Veragua, corridas reales, encierros de doce toros, o en las láminas de "La Lidia", perros por el aire, saltos de garrocha, los héroes populares de las corridas eran los picadores. Sus nombres aparecían en grandes letras en los carteles de las imprentas reales. Debajo, rebullón de espadas y rehiletes, los nombres de los toreros de a pie. Era la herencia dieciochesca de la tauromaquia caballeresca, cuando las fiestas de toros eran privilegio y ejercicio de los señores. Si Francia hizo la revolución burguesa, aquí hubo otra no menor. El Antiguo Régimen acaba en España en verdad cuando los señores dejan de cabalgar en las fiestas de toros y el pueblo monta a un picador en su caballo. De ahí a la revolución popular del 2 de mayo de 1808 sólo había un paso. Total, descabalgar a los maestrantes o a los mamelucos de la carga de Goya era casi lo mismo. La revolución.

Suele llamarse caballeros en plaza sólo a los rejoneadores, y nos olvidamos de los picadores. Aunque llevan chaquetilla de oro, como los matadores, estos caballeros en plaza son el habitual objeto de las iras. A los que revolucionaron la estructura social de la fiesta les arman la revolución cada tarde, en cuanto que meten las cuerdas en un puyazo. Y los bisnietos de aquellos extranjeros que los dibujaban en sus grabados de viajeros románticos les arrojan gritos verdes y ecolégicos.

José Muñoz, caballero en plaza, hijo del conocedor de Pablo-Romero, hermano de picadores, ha muerto en una plaza de Francia con nombre de campo de refugiados republicanos. Pero Muñoz, ay, el que fue con Curro, el que fue con Ortega, el que fue con Espartaco, era un picador. Uno al que se le silba y se le insulta cuando sale, ¡matatoros! No ha muerto un banderillero poniendo un par asomándose al balcón, y no hay romance periodístico del pobre Montoliú. Como no era Paquirri, nadie ha llamado en el vídeo a Ramón Vila. Como no era El Yiyo, su nombre no ha estado en la apertura del telediario. Es la doble tragedia de la fiesta. De la muerte de este caballero en plaza han venido en los periódicos unas breves líneas, vamos, como si José Muñoz hubiera sido un muerto en la carretera del fin de semana. Poco menos que un accidente de trabajo. El caballo le cayó encima y su propia montura le partió el alma. Y nos la sigue partiendo a los que creemos que la grandeza de la verdad de la fiesta se encuentra en estos sus héroes anónimos, hombres recios del campo, caballeros en plaza, más que en las figuritas de diseño que anuncian coches.

 

 

 


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