Diario El Mundo

Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 10 de octubre de 1998


Javier Arenas, en el betunero del Palace

Arenas, con el betunero del Palace

Javier Arenas, limpiándose los zapatos con el betunero del Hotel Palace de Madrid (1994), visto por Idígoras y Pachi

En aquel 1994 hacía ya doce años que en España gobernaba el PSOE. En Andalucía gobernaba desde bastante antes, desde aquel 1980 en que acabábamos de aprobar en referéndum el Estatuto de Autonomía y Rafael Escuredo ganó las elecciones regionales del tirón, sólo con la fuerza que traía de las tortas de Inés Rosales que se comió durante su famosa huelga de hambre para conseguir el artículo 28-F por la vía del 151, que era como la Vía Layetana de los catalanes, pero convertida en Vía Marciala de Utrera, buenos mostachones también para huelga de hambre de Escuredo.

Y como España ya estaba harta de ser socialista, y Andalucía estaba harta de caminar por la senda de la modernidad y del progreso, del PER y de las pateras, y esto era la California de Europa, según acababa de proclamar Pepito Borbolla (que era ya Pepote) mirando las fresas de Lepe y los niños de las tablas de surf de Tarifa, resulta que habían desaparecido en toda nuestra tierra los oficios infamante, cual loteros, vendedores de pañuelitos de papel en los semáforos, vendedores ambulantes del lunes en Marbella y el martes en San Pedro, gitanas que colocan el clavel a los turistas a la entrada de la Alhambra. Y betuneros. Gracias a la modernidad y el progreso de la California del Sur de Europa, en toda Andalucía no quedó un betunero. De aquellos betuneros que con una caja de crema Tractor se ganaban la vida en la calle Columela de Cádiz, en la calle de la Plata de Málaga, en la calle Concepción de Huelva, en la acera del Casino de Granada. La gente iba con los zapatos sucios, que daba pena verlos. Se incumplía así la suprema norma ético estética dictada a los andaluces por Caracol el del Bulto, padre de Manolo Caracol, quien sentenciaba:

-- Un hombre con los zapatos sucios y con los tacones comíos va pregonando que está acabao...

Como Javier Arenas no estaba acabado, sino que acababa de empezar la que habría de ser su fulgurante carrera en el Partido Popular refundado por José María Aznar en el congreso de Sevilla y en 1990, se le presentaba un grave problema al político andaluz. Seguidor de las supremas enseñanzas de Caracol el del Bulto, y como buen andaluz de Olvera, a Javier Arenas le gustaba y le gusta llevar los zapatos bien limpios. El andaluz sabe que los zapatos, más que la cara, son el espejo del alma. Andaba Arenas por aquellos años como un poseso, buscando por toda Andalucía algún betunero que, no habiéndose enterado de la modernidad, del progreso y de la redención de la clase trabajadora, continuara ejerciendo su honesto oficio por algún lugar de nuestra tierra. Con el pretexto de que iba a cosas del partido, Javier Arenas iba hoy a Jaén y mañana a Almería, buscando betuneros como un loco, ya que era bastante reacio al bote de Kanfort, pues como Olvera está al lado de Ubrique, sabe mejor que nadie que ese embadurnamiento cuartea y estropea las mejores pieles. En tales cuitas anduvo Javier Arenas cuando no se sabe si fue su maestro político don Manuel Clavero o su padre político don Manuel Olivencia, pero fue uno de los dos grandes Manolos andaluces quien le aconsejó:

-- Javierito, mira, debes decir en tu partido que te lleven a un puesto bueno en Madrid, porque allí, en el Hotel Palace, está el mejor betunero de España, a ti que te gustan tanto los betuneros y no los encuentras en Andalucía.

Y dicho y hecho. Más que acomodo en un despacho tela de importante en la calle Génova, como responsable nacional de los procesos electorales del Partido Popular, lo que de verdad encontró Javier Arenas fue un abono de primera fila de barrera en el trono de butenería del limpiabotas del Palace. Pues, paradójicamente, aunque por una ventana de aquel mismo hotel madrileño se habían asomado Felipe (González) y Alfonso (Guerra) tras ganar las elecciones en la noche del 28 de octubre de 1982, se daba la contradictoria circunstancia de que en el mismo establecimiento hotelero, pese a los desvelos de clase de los socialistas, quedaba un compañero betunero que daba gloria verlo cómo dejaba los zapatos de bien. Fueron largos y venturosos meses los de Javier Arenas en el despacho de la calle Génova, digo, en el sillón del betunero del Palace. Aunque viajaba frecuentemente por España y encontró los servicios, verbigracia, del magnífico betunero del aeropuerto de Santiago de Compostela, que es más del PP que Fraga, en ningún sitio le dejaban los zapatos como en el Palace. Y aunque parecía un señorito andaluz en Madrid, nada más lejos de la realidad, pues como él mismo señalaba entonces, con más razón que un santo, "los señoritos andaluces que quedan están en el Partido Socialista". Lo que ocurría es que eran unos señoritos de la nueva observancia, a los que no les gustaba limpiarse los zapatos e iban incluso con los tacones comíos. En los `últimos años, Javier Arenas sigue destinado en Madrid por las betuneras razones expuestas en esta memoria, que concluye con el desmentido oficial de que el antiguo betunero del Palace haya sido colocado por el ministro de Trabajo como director general de Empleo de Betún.

¿Desea sugerir alguna fotografía histórica para que Idígoras y Pachi y Antonio Burgos la incorporen a esta "Memoria de Andalucía"?

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