En aquel 1994 hacía ya doce años que en España gobernaba el PSOE.
En Andalucía gobernaba desde bastante antes, desde aquel 1980 en que acabábamos de
aprobar en referéndum el Estatuto de Autonomía y Rafael Escuredo ganó las elecciones
regionales del tirón, sólo con la fuerza que traía de las tortas de Inés Rosales que
se comió durante su famosa huelga de hambre para conseguir el artículo 28-F por la vía
del 151, que era como la Vía Layetana de los catalanes, pero convertida en Vía Marciala
de Utrera, buenos mostachones también para huelga de hambre de Escuredo.
Y como España ya estaba harta
de ser socialista, y Andalucía estaba harta de caminar por la senda de la modernidad y
del progreso, del PER y de las pateras, y esto era la California de Europa, según acababa
de proclamar Pepito Borbolla (que era ya Pepote) mirando las fresas de Lepe y los niños
de las tablas de surf de Tarifa, resulta que habían desaparecido en toda nuestra tierra
los oficios infamante, cual loteros, vendedores de pañuelitos de papel en los semáforos,
vendedores ambulantes del lunes en Marbella y el martes en San Pedro, gitanas que colocan
el clavel a los turistas a la entrada de la Alhambra. Y betuneros. Gracias a la modernidad
y el progreso de la California del Sur de Europa, en toda Andalucía no quedó un
betunero. De aquellos betuneros que con una caja de crema Tractor se ganaban la vida en la
calle Columela de Cádiz, en la calle de la Plata de Málaga, en la calle Concepción de
Huelva, en la acera del Casino de Granada. La gente iba con los zapatos sucios, que daba
pena verlos. Se incumplía así la suprema norma ético estética dictada a los andaluces
por Caracol el del Bulto, padre de Manolo Caracol, quien sentenciaba:
-- Un hombre con los zapatos
sucios y con los tacones comíos va pregonando que está acabao...
Como Javier Arenas no estaba
acabado, sino que acababa de empezar la que habría de ser su fulgurante carrera en el
Partido Popular refundado por José María Aznar en el congreso de Sevilla y en 1990, se
le presentaba un grave problema al político andaluz. Seguidor de las supremas enseñanzas
de Caracol el del Bulto, y como buen andaluz de Olvera, a Javier Arenas le gustaba y le
gusta llevar los zapatos bien limpios. El andaluz sabe que los zapatos, más que la cara,
son el espejo del alma. Andaba Arenas por aquellos años como un poseso, buscando por toda
Andalucía algún betunero que, no habiéndose enterado de la modernidad, del progreso y
de la redención de la clase trabajadora, continuara ejerciendo su honesto oficio por
algún lugar de nuestra tierra. Con el pretexto de que iba a cosas del partido, Javier
Arenas iba hoy a Jaén y mañana a Almería, buscando betuneros como un loco, ya que era
bastante reacio al bote de Kanfort, pues como Olvera está al lado de Ubrique, sabe mejor
que nadie que ese embadurnamiento cuartea y estropea las mejores pieles. En tales cuitas
anduvo Javier Arenas cuando no se sabe si fue su maestro político don Manuel Clavero o su
padre político don Manuel Olivencia, pero fue uno de los dos grandes Manolos andaluces
quien le aconsejó:
-- Javierito, mira, debes
decir en tu partido que te lleven a un puesto bueno en Madrid, porque allí, en el Hotel
Palace, está el mejor betunero de España, a ti que te gustan tanto los betuneros y no
los encuentras en Andalucía.
Y dicho y hecho. Más que
acomodo en un despacho tela de importante en la calle Génova, como responsable nacional
de los procesos electorales del Partido Popular, lo que de verdad encontró Javier Arenas
fue un abono de primera fila de barrera en el trono de butenería del limpiabotas del
Palace. Pues, paradójicamente, aunque por una ventana de aquel mismo hotel madrileño se
habían asomado Felipe (González) y Alfonso (Guerra) tras ganar las elecciones en la
noche del 28 de octubre de 1982, se daba la contradictoria circunstancia de que en el
mismo establecimiento hotelero, pese a los desvelos de clase de los socialistas, quedaba
un compañero betunero que daba gloria verlo cómo dejaba los zapatos de bien. Fueron
largos y venturosos meses los de Javier Arenas en el despacho de la calle Génova, digo,
en el sillón del betunero del Palace. Aunque viajaba frecuentemente por España y
encontró los servicios, verbigracia, del magnífico betunero del aeropuerto de Santiago
de Compostela, que es más del PP que Fraga, en ningún sitio le dejaban los zapatos como
en el Palace. Y aunque parecía un señorito andaluz en Madrid, nada más lejos de la
realidad, pues como él mismo señalaba entonces, con más razón que un santo, "los
señoritos andaluces que quedan están en el Partido Socialista". Lo que ocurría es
que eran unos señoritos de la nueva observancia, a los que no les gustaba limpiarse los
zapatos e iban incluso con los tacones comíos. En los `últimos años, Javier
Arenas sigue destinado en Madrid por las betuneras razones expuestas en esta memoria, que
concluye con el desmentido oficial de que el antiguo betunero del Palace haya sido
colocado por el ministro de Trabajo como director general de Empleo de Betún.