Como símbolo de España y de Andalucía, la guerra civil también
dividió en dos a la Casa de Alba. España fue cortada en 1936 por un río de sangre,
trágica copla, por una de cuyas orillas iba Miguel de Molina cantando Ojos Verdes
de Rafael de León para los republicanos y por otra Doña Concha Piquer cantando Ojos
Verdes para los nacionales. Andalucía estaba cortada también en dos, por los
nacionales de Sevilla y por los republicanos de Málaga, por los nacionales de Huelva y
por los republicanos de Jaén. La andaluza Casa de Alba de Eugenia de Montijo, qué pena,
pena, de Goya pintando a la Duquesa en el Coto de Doñana, de Joselito el Gallo diciendo
que "mi Casa y la de Alba siempre se han llevado muy bien", también quedó
cortada en dos. En zona republicana quedó Madrid. Es decir, quedó el Palacio de Liria.
En zona nacional quedó Sevilla, es decir, quedó la Casa de las Dueñas. En la tierra de
nadie quedó El Carpio, frente de Brigadas Internacionales y de nacionales Tercios de
Requetés de Huelva, de Jerez, de Sevilla, o de gaditanas compañías de Infantería de
Marina que habían desembarcado en las playas de los mares de olivos de las orillitas de
sangrienta copla de aquel Guadalquivir de sangre.
El Palacio de Liria, en el
Madrid rojo, fue tomado por Hemingway, que en la plata de las esquilas de los servicios
del comedor aprendió por quién doblan las campanas. Doblaban por los muros bombardeados,
por los salones destrozados, mientras Arturo Barea iba escribiendo la forja de un rebelde
mientras llevaba a los corresponsales extranjeros para que comprobaran con sus cámaras
Leika que podían repetir un trágico Tiziano, España, 1936, tomando la fotografía de un
miliciano montando guardia de honor en una escalera, sobre un frailuno sillón de damasco
de terciopelo, al pie de una armadura que había sido del Gran Duque de Alba. Un muchacho
estudiante de Arquitectura, Fernando Chueca Goitia, acudió con unos compañeros de curso
a Liria. Como en la Escuela de la Ciudad Universitaria estaba el frente, y no sabían si
era la Legión o el Quinto Regimiento el que estaba dando clases de Proyectos de
Destrucción de España, el alumno Chueca se dedicó a calzar los muros maestros del
Palacio de Liria, que era lo único que los bombardeos de una anticipada Guernica habían
dejado en pie en el Madrid del no pasarán, de ay, puente de los Franceses, de los cuatro
muleros que iban en el tren blindado a por los cuatro generales.
Entre tanto, en zona nacional,
la Casa de las Dueñas seguía siendo un huerto y un limonero, ya que estaba lejos Antonio
Machado, con su anciana madre al lado, preguntándole en el camino de Colliure si aún
faltaba mucho para llegar a Sevilla. Faltaba aproximadamente un millón de muertos para
que pudiéramos llegar a Sevilla, que ni risa tuvieron aquella primavera las blancas
flores de los jardines de la Casa de las Dueñas, a pesar de lo que dijera Sancho Dávila
en el himno de la Falange. Sevilla fue un San Sebastián del Sur, donde vinieron todos los
nobles a los que las largas vacaciones del 36 les habían pillado de veraneo fuera de
Madrid. Dueñas fue parada fonda de media Diputación de la Grandeza y de la mitad de la
nómina de títulos de Castilla. Porque Sevilla, Dueñas, se había salvado. La Casa de
las Dueñas es de los nuestros. Ya hemos pasao, y hemos llegado a Liria. Pero allí, en
Dueñas, una niña había aprendido la dureza de la vida. Una niña que estaba estudiando
para Duquesa de Alba en un colegio de Suiza, y que se fue con su padre a hacer unos cursos
en Inglaterra, como hija del embajador de España. Pero como aún vivía Jimmy Alba y la
niña Cayetana todavía no había terminado sus cursos de FP de Grande de España, y aún
no tenía el dieciochesco título de XVIII Duquesa de Alba, la llamaron Duquesita de
Montoro, que parecía un título de novelita de Elena Fortún, la de Celia, de historia
amable del "Para ti", de historieta de Florita, de vestuario de Mariquita
Pérez.
Pronto demostró la Duquesita
de Montoro que venía de la rama del ombud de Eugenia de Montijo, de la farsa y licencia
de la castiza Casa de Alba, Goya pura, Maja vestida de flamenca para la feria, en su coche
de mulas, pero antes de ir a pedir la llave de una corrida, de rejoneadora con Conchita
Cintrón, la Duquesita de Alba, todas las tardes, se mete en el corral de vecinos que hay
delante de la Casa de las Dueñas. Como todavía no está Enrique el Cojo para que le dé
clases de baile, allí aprende a bailar sevillanas a los sones de un pianillo. La
Duquesita de Montoro será la que cambie en pianillo el clavicordio de los salones, la que
un día hará posible el sueño de Joselito el Gallo, cuando un matador de toros diga de
verdad: "Mi Casa y la de Alba siempre se han llevado muy bien."
Para celebrar todo lo cual, la
Duquesita de Montoro se casó en Sevilla. Aun se recuerda el nupcial borlaje blanco del
coche de mulas, aún se recuerda la fiesta en los jardines de la Casa de las Dueñas. Aun
se recuerda que la Duquesita de Montoro estaba triste, porque allí frente, en el corral
de las sevillanas, acababa de morir la muchacha que le había enseñado los pasos de la
tercera. La duquesita va al velatorio y paga el entierro de su amiga. Ya suenan los
pianillos y los cascabeles de las mulas castañas, llevando a la Duquesita de Montoro a la
Catedral para un casamiento que se va a hacer. Son ni más ni menos que los nuevos
desposorios de la ciudad con la alegría. Sevillanos, ahora de verdad la guerra ha
terminado. Estamos en 1947. Hoy se casa la Duquesita de Montoro con el duque de Sotomayor.