Como suele decirse, el fotógrafo estaba allí. Y como no suele decirse, pero
acostumbra a ocurrir siempre, el dolor estaba aquí, en Andalucía, por bajo de
Despeñaperros. El fotógrafo se llamaba Robert Cappa. Venía con las Brigadas
Intencionales. Siguió yendo toda su vida con todas las Brigadas Internacionales de todas
las guerras, hasta que los nuevos hitlerianos del Vietnam se la quitaron de un tiro. Cappa
iba a los más desconocidos lugares del dolor y del horror en el mundo. Llegado como
tantos cronistas a la Guerra de España, no se quedó tomando copas en la barra del bar
del Hotel Florida de Madrid como Hemingway, a quién de la guerra de España le sonaban
campanas, pero no sabía donde, por lo cual decidió buscarlas en la barra del bar del
Hotel Florida, del Florida de Madrid al Floridita de La Habana y tiro porque me toca que
el tiro, tiro de muerte se lo peguen a un miliciano en el frente de Córdoba. Adonde se ha
ido Cappa, que siempre busca los más desconocidos lugares del dolor y del horror. Por
ejemplo, Andalucía en la guerra civil. En la leyenda de la guerra civil española no es
Ebro, Teruel, Belchite, Pingarrón, Jarama todo lo que reluce. Por la gran calle de
Alcalá del frene de Madrid, en aquel inicio de la guerra, desfilaban con sus chaquetones
de cuero las Brigadas Internacionales. Al micrófono de Radio Madrid, La Pasionaria
anunciaba que no pasarán. El Puente de los Franceses se hacía copla gaditana de Rafael
Alberti para las bombas que tiraban los fanfarrones de Franco desde la Casa de Campo,
Trocadero de tragedias.
Madrid qué bien resistes los
bombardeos, pero Andalucía, como te tragas por dentro tu dolor y tu sangre, el río de
sangre en que se ha convertido el Guadalquivir, que parte ahora a Andalucía en dos, como
en tiempos de los moros. Por una orilla, los moros, los mismos moros, que son ahora los
moros de Queipo de Llano dando vueltas por los pueblos a cuya sola entrada se llenan de
mujeres con mantones negros de luto, y con paredes de los cementerios chorreadas de
sangre, La que reluce es la gran calle de Alcalá la Real, de Alcalá de los Panaderos, de
Alcalá del Valle, cuando suben y bajan los andaluces matándose. Batallas andaluzas de la
guerra de las que nadie habla y que Cappa busca. Bombardeo de los republicanos malagueños
que van por la carretera huyendo de los fascistas hacia Almería, yo me subí a un pino
verde a ver si la divisaba, pero sólo divisé el polvo de las Tropas Voluntarias
Italianas que ya toman Ronda, ya bajan por la Cuesta de las Pedrizas, ya detienen a Arthur
Koestler, de Bolín, Bolán por la Andalucía de la secreta guerra, de los oscuros frente
que no salen en el parte de la corneta de Radio Nacional de España, pero en donde todas
as mañanas mueren los hombres en lomas florecidas de espinos. Orillas del Guadalquivir,
frente del Muriano, de Castro del Río, de Lopera. Muerte de españoles y sangre de las
brigadas. Quintas banderas de Falange, infantes de Marina de la Real Isla de León,
jerezanos requetés, que son campaneros del barrio de la Merced para el doblar a muertos
que no puede oír Hemingway, La Pasionaria dice que no pasarán, pero por aquí están
pasando las duquelas los andaluces.
Así que si quieres a escribir
a Cappa desde la redacción de un periódico de Nueva York, ya sabes su paradero: en el
frente de Córdoba, carretera del Muriano, primera línea de fuego. A mí la Legión.
Españoles a morir. UHP. Muera el Fascio. Y mueren los andaluces, que a esta guerra van
también de jornaleros, sin más fortuna que la negra suerte de un viejo Mauser entre sus
manos, unas trinchas, unas cartucheras sobre el mono de segar trigo, de aventar en la era,
de coger espárragos trigueros, de apañar aceituna. Cosecha de muerte entre los olivares
de Córdoba. En Sevilla, Serrano hace la foto de Queipo de Llano al micrófono de la
radio, en su despacho de azulejos y chaquetas blancas, y en Córdoba, Cappa hace la foto
de la secreta muerte de la guerra en Andalucía. Como siempre, la imagen de España que da
la vuelta al mundo es un símbolo de Andalucía. Ahora para representar a España no sale
un torero, un flamenco, un toro, un caballo. Sale la muerte de un miliciano. La foto de un
jornalero ganándose el pan de cada día de la muerte. Es como el negativo del Guernica,
sin caballos, sin antorcha, sin mujer, sin gritos. Silencio de campo andaluz tras un
disparo que suena. Silencio de besana. El secano regado por la sangre.
Y Robert Cappa no lo sabe,
pero está haciendo la foto del fusilamiento de García Lorca, del fusilamiento de Blas
Infante. Está haciendo la foto del terror de Almería bombardeada, de Córdoba callada en
los cementerios del amanecer y los tiros de gracia, salada claridad de un Cádiz que, como
Andalucía toda, ahora es tumba de la Libertad. Cappa no lo sabe, pero hay veces en que se
puede hacer una fotografía a un millón de muertos.