Era carne de Dirección General de Seguridad. De sótanos de Dirección General
de Seguridad. De calabozos de la Brigada de Investigación Criminal. El mundo policial se
dividía en dos grandes hemisferios, a saber: la Social y la Criminal. La Social era para
desarticular la "célula comunista" que le llamaban con lenguaje de Laboratorio
de Análisis de la Democracia Orgánica. La sociedad española tenía muchas células
comunistas en suspensión en la Universidad, en las fábricas, en el incipiente movimiento
vecinal. La Criminal era para demostrarnos que aquella Policía del maletín de "El
Santo" y de la silla de ruedas de Perry Mason estaba solamente en la pantalla en
blanco y negro de la única Televisión Española, que el mundo delictivo español iba por
otros derroteros, y los últimos tranvías todavía llevaban el letrero de advertencia:
"Cuidado con los rateros". Nos quedábamos viendo la televisión hasta después
que los muñecos dijeran que ya era hora de que los peques se fueran a la cama, ¡hala!,
porque pintaban un mundo de la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y tiene
usted derecho a permanecer callado, porque todo lo que diga puede ser aplicado en su
contra. Aquí, ni derechos humanos. Aquí era a lo divino: al que detenía la Criminal, de
momento le pegaban un par de hostias y luego le pedían el carné de identidad, en el que
también le daban un par de bofetadas.
Así fue como nos enteramos
que España no tenía nada que ver con las televisivas calles de San Francisco, que aquí
los delincuentes eran gente corriente, marginados de los barrios como los que Alfredo
Mañas y Carmen Amaya acababan de sacar en "Los Tarantos". Payos entreverados en
gitanos y calorrós cuarterones de castellanos. "Quinaores", en aquella suprema
transgresión que era la llegada a la radio, al telediario de Jesús Alvarez, a los
periódicos del Movimiento, del lenguaje de los delincuentes, de la germanía de los bajos
fondos. Nos enteramos que había quinquis, que eran quincalleros, buhoneros como de relato
tremendista de Cela o de "La Busca" de Baroja. Chicago años 30 a la medida de
Madrid año 65, atraco de la joyería con El Medrano y El Agudo, el tiro que se escapa, la
niña que muere y El Lute en el romancero popular que un día habrá de cantar Benito
Moreno, ra, ra, ra. Siempre volvemos al siglo XIX para inventarnos populares bandidos
generosos frente a los impopulares bandidos avaros del poder. Frente a los bandidos del
caso Matesa, España se inventaba un nuevo Tempranillo en El Lute, el que a los pobres
socorre y a los ricos avasalla. Y el que es el Gran Houdini de las fugas, el tren de
locomotora de carboncilla con la pareja de guardias civiles camino del penal del Dueso y
El Lute esposado que se tira en marcha, están viendo la escena de la película, y corre,
corre que corre por los campos anchos de una España en desarrollo donde los discursos de
López Rodó y las chimeneas del Polo de Huelva no han impedido que sigamos viviendo en
los años del hambre, los años del hambre de libertad, en los que Eleuterio Sánchez
Rodríguez no es el bandido que quieren presentarnos por el telediario de Jesús Alvarez,
sino el héroe popular que siempre soñamos apoyar, huye , Eleuterio, que todos huimos
contigo de la Brigada Social, hasta que tú vuelvas a caer en manos de la Criminal, pum,
pum, dos bofetadas que te tiran al sueño, señor caído en esta calle de la Amargura de
Franco, y después las esposas.
El Lute fue la puesta en la
escena de la vida de una secuencia de película de Imperio Argentino. El Lute mejor
quisiera estar muerto que verse para toda su vida en ese penal del Puerto, Puerto de Santa
María de aquella Nochevieja en que, como en otro cuplé, como en los "Suspiros de
España" de Conchita Piquer, Eleuterio preparó una cena para invitar a sus paisanos
a fuga, en la general uva de las doce uvas. El diciembre del 69 en el penal del Puerto fue
el París del 68 de El Lute. La libertad. Todos pasábamos, con El Lute, a la
clandestinidad. Boda de rumbo en Alcalá, y los guardias que te están buscando para
prenderte, nuevo Luis Candelas que va alumbrando la llamita de la difícil libertad. Y
luego, la caída, siempre como un romance de ciegos que no querían ver los símbolos y
signos de la libertad, el viejo romance del Prendimiento de Eleuterio Sánchez:
"Barrio de Juan Veintitrés, barriada de Sevilla, desde Alcalá viene huyendo,
Eleuterio, que es la vida, hasta un trocito de muerte, camina que te camina. Grises
guardias van buscando a una gloria fugitiva..."
Lo demás, ya no importa.
Dicen que El Lute, joven, murió en la cárcel y que, resinsertado al tercer día entre
los muertos en vida, resucitó en forma de un abogado hortera que se llamaba el licenciado
en Derecho don Eleuterio Sánchez Rodríguez. Aunque nunca fue más justiciero que cuando
huía de la justicia. Porque entonces era verdaderamente el héroe de una nación que
ansiaba libertades y los policías eran lo que su mismo nombre indicaba: la Brigada
Criminal.