Salvador Távora me ha insistido muchas veces en su idea, con el
apasionamiento que pone en todo cuanto piensa y defiende:
-- Tendríais que hacer más
hincapié en aquel movimiento cultural de los años 70 que hizo que Andalucía tomara
conciencia de su autonomía. Sin los libros de Grosso y de Barrios, sin el cante, sin lo
que se llamó "la narrativa", todo hubiera sido de otra forma...
O sin las propias obras de
Távora, que él no incluye por modestia en esa nómina para el olvido. Távora hasta le
puso nombre al proceso de formación del sentimiento y la reivindicación de Andalucía,
con el título de la obra que hizo en colaboración con Alfonso Jiménez Romero: Quejío.
Ese quejío andaluz sonó, antes de la autonomía, antes de la democracia, en las coplas
que Moreno Galván escribía para José Menese, en los recitales de Manolo Gerena por los
colegios mayores de media España. El quejío del cine de Claudio Guerin, de los cuadros
de Paco Cortijo, de la radio de Iñaki Gabilondo dirigiendo la emisora decana de Sevilla,
del libro de Alfonso Carlos Comín, porque en aquella común procesión de las señas de
identidad andaluza se sumaron disciplinantes de otras tierras, hermanos de luz del pueblo
que aún no sabía ni que tenía un himno y una bandera. Ahora, con perspectiva, se ve que
fue un proceso colectivo en que Andalucía se tentó la ropa de las entretelas de su
cultura y de su historia y se encontró a sí misma mientras se miraba en el espejo de
Narciso que ya tenían alzado Cataluña y el País Vasco, sobre todo Cataluña, que era el
modelo, con el Congreso de Cultura Catalana, con Omnium Cultural, con nova canÇó,
con la revista Destino, con las terminales barcelonesas del semanario Triunfo.
Así fue que llegó la llamada
y hoy negada nueva narrativa andaluza, NNA. Para mí que la NNA fue el RH más positivo en
el laboratorio donde se buscaban las señas de identidad andaluza mientras se hacía
camino al andar hacia las libertades democráticas. La veleta literaria señaló al sur,
como hacía muchos años que venían pidiendo los poetas de Granada, Rafael Guillén,
Elena Martín Vivaldi, Pepe Ladrón de Guevara. Surgió Grosso, hermano mayor y Nobel in
pectore para todos los que en Andalucía escribíamos, y Manuel Barrios, y Manuel
Ferrand ganó el Planeta, y José María Requena ganó el Nadal, y Luis Berenguer ganó el
premio de la Crítica. Todo aquel movimiento fue aglutinado por José Luis Ortiz de
Lanzagorta, el máximo defensor de los que en aquellos años Carlos Muñiz el cura llamó
acertadamente los narraluces. La gran calle de Alcalá de la novela relucía porque
subían y bajaban los narraluces a recoger premios, mientras Lanzagorta conversaba con
ellos en un libro, ay, ya tan olvidado como aquel movimiento literario que tuvo su padre y
patrón en Manuel Halcón.
Carlos Muñiz me llama
para decirme que Lanzagorta ha muerto, Evocamos las que Joaquín Romero Murube llamaba las
levas de los reemplazos de la muerte en Sevilla. Este verano se han ido José María
Requena Javier Smith. Antes ya se fueron Ramón Solís, Luis Berenguer. Se fue Alfonso
Jiménez, aquel rubio moronense del Quejío, y se fue con sus pinceles Paco Cortijo. Se
fue Comín. Se fue Claudio Guerin. Se fue Paco Cortijo. Ahora niegan la existencia de
aquel movimiento cultural y preguntan si hubo una vez once mil novelistas en Andalucía.
Se van los autores andaluces en la cofradía del silencio de España. Muere un escritor
catalán, y a cuatro columnas en todos los periódicos de Madrid. Muere un escritor
andaluz, y ni dos líneas... ni en Sevilla. A pesar de que gracias a aquellos libros, a
aquellos poemas, a aquellos cantes, a aquellos cuadros, a aquellas películas existe esta
autonomía que un día fue una ilusión. Carlos Muñiz se nos va quedando de capellán
real de la cultura andaluza, enterrando a los que se nos van. Tengo que decirle que una
tarde de éstas, cuando todo esté tan lluvioso y triste como la vida, rece un responso
por la perdida, muerta ilusión de la cultura andaluza.