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Biografía y libros de Antonio Burgos

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SEVILLA
jueves 27/11/2003  
Burgos: «Artículos como éste los escribe uno para sí mismo»

Antonio Burgos recibe el «Joaquín Romero Murube» de manos del alcalde en la Casa de ABC    Información en "El Mundo"

«A partir de ahora queda el venerable nombre de Joaquín Romero Murube unido oficialmente a mi biografía, distinguiendo un artículo que nunca hubiera querido escribir», afirmó Burgos en su discurso
Información sobre el premio     Texto del artículo premiado            Carlos Colón: "El contador de nostalgias" 

"Un artículo de primera necesidad", por Angel Pérez Guerra 

Información completa de la cena de entrega   Discurso de Rogelio Reyes Cano  Discurso de Antonio Burgos

El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín entregó a Antonio Burgos esta reproducción del artículo premiado, dedicado a su padre. Foto Raúl Doblado
Sánchez Monteseirín entregó a Antonio Burgos esta reproducción del artículo premiado, dedicado a su padre. RAÚL DOBLADO

SEVILLA. El escritor Antonio Burgos recibió anoche en la Casa de ABC el IV premio «Joaquín Romero Murube», que le fue concedido recientemente por la publicación de su artículo «Farol de cruz de guía», en «El Mundo de Andalucía», el pasado 17 de abril. Este premio, que tiene una dotación económica de 6.000 euros, fue otorgado por un jurado presidido por Rogelio Reyes Cano, y compuesto por José María Cabeza, Carlos Herrera, José Miguel Santiago Castelo y Joaquín Caro Romero.

La presidenta y editora de ABC, Catalina Luca de Tena, aseguró anoche que con este premio se unen «dos nombres claves de la literatura y el periodismo sevillanos del último siglo: Joaquín Romero Murube y Antonio Burgos», añadiendo que «no podía sentirse ABC más orgulloso que fundiendo estos dos nombres en un premio que recuerda al inolvidable conservador del Alcázar sevillano, cuya vida fue una entrega amorosa a esta ciudad».

El director de la Academia de Buenas Letras, Rogelio Reyes Cano, glosó la figura periodística y literaria del galardonado, al que comparó con Luis Cernuda y Manuel Chaves Nogales, señalando que algunos de sus artículos podrán ser «discutibles», pero todos tienen en común su gran calidad literaria y el estilo personal de su autor.

Antonio Burgos empezó así su aplaudido discurso : «A una de sus magistrales crónicas taurinas Gregorio Corrochano le puso por título Joselito torea en el patio de su casa. Así me siento en este momento, como José Gómez en su plaza Monumental. Menos la primera comunión, yo lo he hecho todo en esta Casa, y lo reseño con orgullo, pues no me tengo por mal nacido, sino de tan ilustre cuna como la que campea en sus nobilísimas armas del trabajo el calzador de una zapatera que terminó poniendo sus chicarros al Niño de la Virgen de los Reyes y las tijeras de un maestro sastre que me enseñó a llevar la luz de plata de la verdad en un farol junto a la cruz, qué cruz, del Señor de Sevilla».
Cerró el acto el alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, que destacó la forma de ver Sevilla del galardonado, «desde fuera, pero estando dentro». ABC ofrecerá el sábado amplia información gráfica de este acto.                 
Información en "El Mundo"

Ayer en ABC Sevilla, de izquierda a derecha, Santiago de Ybarra, Antonio Burgos, Álvaro Ybarra, Guillermo Luca de Tena y Catalina Luca de Tena. J. M. SERRANO Ayer en ABC Sevilla, de izquierda a derecha, Santiago de Ybarra, Antonio Burgos, Álvaro Ybarra, Guillermo Luca de Tena y Catalina Luca de Tena. Foto J. M. Serrano

Un artículo de primera necesidad

Por ÁNGEL PÉREZ GUERRA

Como el pan del desayuno, como los pasos de peatones, como el flamear de una bandera, como la incertidumbre meteorológica de un Viernes Santo, como Zaqueo el Domingo de Ramos, como la Esperanza así, con mayúscula; como el Gran Poder de un Niño arrobado en el sonajero de un muñidor entre libreas, que precede a ese mismo Niño, muerto, nuevamente en brazos de su Madre. Como el silencio que se hace tras un criminal tubo de escape, como el café de la sobremesa, como esos puntitos blancos levemente mecidos por vaharadas templadas sobre un fondo verde de antifaz y de naranjo. Como la Giganta sobre la torre fortísima, como el recuerdo del padre fajándose con el esparto de las penas vividas y de los sustos remontados merced a la fe y a su socorro. Como el pabilo vacilante que nunca dobla del todo porque está ahí el cristal de la nostalgia guardándolo de la brisa traicionera, del olvido. Así es el artículo periodístico en Sevilla. Y si ha tenido un mástil de plata que lo sostenga sin desmayo, si ha habido un pertiguero capaz de levantar las cuatro esquinas de los ciriales con milimétrica precisión y belleza, inspiración y ajuste, ése ha sido el hijo de aquel nazareno de negro que escoltaba con su farol encendido la cruz de las herramientas de Pasión, el sastre que eso hacía cada Madrugá por el más noble de los sentimientos humanos: por amor a un niño amenazado de muerte. Un niño del Arenal ante cuyo nombre el periodismo sevillano se inclina: Antonio Burgos Belinchón. Ayer, salió de San Lorenzo una representación de la Soledad. Era una delegación solitaria, porque estaba compuesta por un solo hombre que también iba siempre de negro, un sevillano triste, como de museo castellano, un heredero del repartimiento fernandino, sumamente discreto y tímido, que se conocía a sí mismo como pocos, que conocía al hombre y sobre todo a la mujer tan bien como a sí mismo, y a Sevilla aún mejor si cabe. Quiso ponerse al otro lado de la cruz de guía del Señor de Sevilla, para cumplir con las reglas de la barroca simetría. Esa hierática figura de poeta cuaresmal que parecía -aunque no era cierto- estar siempre haciendo una estación de penitencia, en el mundo Joaquín Romero Murube, se hizo premio a un artículo periodístico, del que él fuera emérito maestro, y anoche fue entregado al niño de ese nazareno del farol ante cuya presencia, paradójicamente, toda boca enmudece, toda retina se dilata, todo ruido se diluye, y todo anuncia al único Nazareno verdadero.

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Jueves, 27 de Noviembre de 2003
SEVILLA | ESTÁ DOTADO CON 6.000 EUROS
Antonio Burgos recibe el premio Romero Murube de ABC

EFE

Antonio Burgos recibe el premio de manos del alcalde de Sevilla, Alfredo Sánzhez. (EFE)
Antonio Burgos recibe el premio de manos del alcalde de Sevilla, Alfredo Sánzhez. (EFE)

SEVILLA.- El escritor Antonio Burgos, columnista del diario EL MUNDO, recogió el miércoles por la noche en Sevilla el premio 'Joaquín Romero Murube', convocado por el diario ABC y dotado con 6.000 euros, por un artículo sobre la Semana Santa titulado «Farol de cruz de guía».

El jurado, presidido por el catedrático de Literatura Rogelio Reyes, acordó conceder por mayoría el premio, que este año celebra su IV edición, a ese artículo publicado el pasado 17 de octubre en la edición andaluza de EL MUNDO.

El premio "Joaquín Romero Murube" se instituyó para rendir homenaje al articulista del mismo nombre y a través de él "se reconocen los mejores trabajos periodísticos publicados durante un año en España", explica ABC.

Antonio Burgos comenzó su labor periodística en 1966 en ABC de Sevilla y en 1993 pasó como columnista al diario EL MUNDO.

Al acto asistieron el presidente de Vocento, Santiago Ybarra; el presidente de honor de ABC, Guillermo Luca de Tena; la presidenta editora del diario, Catalina Luca de Tena; el director de ABC, José Antonio Zarzalejos y el director de la edición de Sevilla, Alvaro Ybarra.

También acudieron el delegado del Gobierno en Andalucía, José Ignacio Zoido; el alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín; el presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía, Santiago Herrero; la presidenta regional del PP, Teófila Martínez; y el secretario regional de esta formación, Antonio Sanz.

El diestro Curro Romero y el cantaor Juanito Valderrama se encontraban también entre los numerosos asistentes, además de los diseñadores Vittorio y Lucchino, la galerista Juana de Aizpuru y Guillermo Pérez Villalta.

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SEVILLA sábado 29/11/2003

Cena en la Casa de ABC de Sevilla con motivo de la entrega del premio «Joaquín Romero Murube»   Discurso de Rogelio Reyes Cano    Discurso de Antonio Burgos

Personalidades de la vida política, económica, cultural y periodística de Andalucía se reunieron el miércoles en la Casa de ABC para celebrar en una cena-homenaje a Antonio Burgos la cuarta edición del premio «Joaquín Romero Murube» al mejor artículo de 2003

EL escritor Antonio Burgos recibió la noche del miércoles en la Casa de ABC de manos del alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, el IV Premio «Joaquín Romero Murube», por su artículo «Farol de cruz de guía», publicado en «El Mundo de Andalucía» el pasado 17 de abril. Junto al alcalde y al autor galardonado se sentaron en la mesa que presidió la cena-homenaje el delegado del Gobierno en Andalucía, Juan Ignacio Zoido, la presidenta del PP-A, Teófila Martínez, el presidente de honor de Vocento y ABC, Guillermo Luca de Tena, el presidente de Vocento, Santiago Ybarra, la presidenta y editora de ABC, Catalina Luca de Tena, el consejero delegado de ABC, Santiago Alonso, el director de ABC, José Antonio Zarzalejos, el director de ABC de Sevilla, Álvaro Ybarra Pacheco, el director de la Academia de Buenas Letras de Sevilla y presidente del jurado, Rogelio Reyes Cano, y la Duquesa de Alba.

Discurso de Catalina Luca de Tena 

Tras la cena abrió el turno de intervenciones la presidenta y editoria de ABC, Catalina Luca de Tena, que afirmó que con este premio «se unen dos nombres claves de la Literatura y el Periodismo sevillanos del último siglo: Joaquín Romero Murube y Antonio Burgos». «No podía sentirse ABC más orgulloso que fundiendo estos dos nombres en un premio que recuerda al inolvidable conservador del Alcázar sevillano, cuya vida fue una entrega amorosa a esta ciudad. Poesía y prosa, periodismo vivo, Joaquín Romero Murube fue uno de los lujos que tuvo ABC de Sevilla», añadió.

La presidenta de ABC dijo que «Antonio Burgos escribió un artículo para sí mismo, porque era una confesión íntima, recogida: un artículo para otro Antonio Burgos, su padre, que ya no lo podía escribir. Por eso,
«Farol de cruz de guía» tiene tanta Sevilla y tanta madrugá; tanta melancolía y tanta belleza poética. Incluso muchos de sus párrafos están en heptasílabos. Es un poema en prosa que no quiere quitarse de encima el embrujo y la rima de Sevilla».

Discurso de Rogelio Reyes Cano 

Después tomó la palabra el director de la Academia de Buenas Letras y presidente del Jurado, Rogelio Reyes Cano, quien afirmó que «la identificación de un escritor con una ciudad ha sido muy pocas veces lograda. Y no voy a caer en la obviedad -y menos aun en esta casa de ABC-  de enumerar los muchos méritos literarios ni a descubrir a estas alturas  la solvencia profesional de Antonio Burgos, consagrado ya desde hace muchos años como una importante figura del  periodismo español de nuestro tiempo. Como muestra de esa consagración». Reyes Cano recordó que Burgos es académico de Buenas Letras de Sevilla y que tiene en su haber, entre otros galardones, el «Mariano de Cavia», y comentó que «lo primero dice mucho de su hondo sevillanismo cultural. Lo segundo, de su innegable maestría en el mundo de la prensa escrita».
El director de Buenas Letras afirmó que «Burgos es un escritor gozosa, tiernamente herido por la mayor pasión de su vida, que es Sevilla, con la que mantiene, como tantos amantes, una permanente dialéctica de complacencias y de reproches. Conoce muy bien los grandes encantos de esta ciudad: su deslumbrante y tantas veces  secreta hermosura, que no se descubre con facilidad; su sentido de la armonía y de la mesura; su cotidiana y a la vez profunda sabiduría vital. Pero también es consciente como nadie de sus peligros: de lo hiriente de sus sutiles esquividades; de la autocomplaciente, adormecedora convicción de vivir en el paraíso»
Reyes Cano afirmó también que «los artículos de Antonio Burgos aspiran a reflejar esa doble cara de Sevilla en una sostenida operación interpretativa que quiere conciliar, como ya  hicieran Blanco White o Luis Cernuda, la pasión  con el espíritu crítico. Y en su conjunto vienen a ofrecer una de las modernas «visiones» o «teorías» de Sevilla , en línea con las que en el curso del siglo XX -desde que los escritores del 98 descubrieron que las ciudades tenían «alma»- han ido jalonando , casi como un verdadero género literario, las «filosofías» en clave lírica de una de las ciudades más singulares  y distintivas del mundo. En sintonía literaria, pues, con Antonio y Manuel Machado y José María Izquierdo, con Azorín y Salaverría, con Chaves Nogales y Rafael Laffón, con Joaquín Romero y Rafael Montesinos. Y hasta con el Ocnos de Cernuda, el libro más fino y delicado, más inequívocamente sevillano que nunca se haya escrito sobre la ciudad sin nombre, suprema metáfora de la felicidad arcádica».

Según dijo Reyes Cano, «Sevilla, capital lírica de España, como la definió Juan Ramón,convertida desde entonces en  personaje literario, ha generado en su torno un ensayismo lírico de altos vuelos. Y es justamente en esa estela en la que cobra, en mi opinión, todo su  sentido  ese diálogo periodístico que Antonio Burgos viene sosteniendo con ella, primero en aquellos famosos recuadros de  ABC, tan certeros por lo general , tan polémicos y hasta tan discutibles en ocasiones, pero siempre tan penetrantes y tan sutiles, tan inequívocamente suyos. Y luego en otros órganos de prensa de nuestro país, como es el caso del artículo «Farol de cruz de guía» que ha merecido este IV Premio «Joaquín Romero Murube»». Y añadió: «Las ciudades, como todos los organismos vivos, cuando no crecen, se estacan y languidecen. Y para crecer necesitan, por supuesto, de una sociedad civil con iniciativas y de unas clases dirigentes con clara conciencia del valor del legado que los ciudadanos han depositado en sus manos. Pero requieren también de una correcta percepción de sí mismas y de un espíritu crítico que las salve del adormecimiento. Y ese papel lo han jugado muchas veces los poetas».

Afirmó más tarde que «ésa fue también la misión de Joaquín Romero Murube, otro de los «soñadores activos» que ha tenido Sevilla, solitaria voz en el desierto de los desafueros urbanísticos del desarrollismo de los años sesenta. Y la voz lírica y crítica a la vez de Manuel Chaves Nogales, el mejor periodista que ha dado esta ciudad, quien con 24 años diagnosticó con suma lucidez no exenta de lirismo sus luces y sus sombras. Burgos, como otros escritores y poetas de la Sevilla de hoy, bebe en esas nobles fuentes literarias y aspira, en el comprometido y fatigoso día a día de la columna periodística, a aplicar ese mismo espíritu ético  y estético a los problemas de la ciudad de nuestro tiempo. En unos casos -como en
«Farol de cruz de guía»- desplegando un innegable talento lírico, y en otros su mejor agudeza crítica, pero quiero pensar que sin olvidarse nuca del sabio consejo de Eduardo LLosent: la «separación ponderada» de la amada  para que  no  desfallezca del todo  el «equilibrio pasional»».

Reyes Cano añadió que «»Farol de cruz de guía» es un artículo escrito en verso y después formalmente dispuesto en un esquema de prosa. Pero no nos engañemos: no se trata de un texto en prosa lírica sino de un auténtico poema en versos alejandrinos despojados de la rima y articulado sobre la musicalidad interior de los dos heptasílabos sucesivos. Y que pide, por ello, una recepción acorde con esa entonación de signo métrico que el lector, arrastrado por la cadencia,  percibirá  enseguida como factor desencadenante de una atmósfera de emoción y recogimiento que tiene como centro al Señor de Sevilla».
   Y añadió, por último: «Antonio Burgos no ha escrito un artículo al uso, ha escrito un poema. La clave, para mí, de esa elección, hay que buscarla en la sentencia de Antonio Machado: «Se canta lo que se pierde», y Burgos, que un buen día perdió, como Cernuda (»Et in Arcadia ego»), como inevitablemente lo iremos perdiendo todos, el paraíso de una Sevilla liberada de la tiranía del tiempo, ha querido salvar del olvido, fijándola en la escritura poética, la eterna hilera de nazarenos del Gran Poder desfilando en el paisaje intemporal de su memoria por ese barrio de la Mar que ya estará siempre para él, como la Sevilla infantil de Machado, «fuera del mapa y del calendario». Abriendo el cortejo, junto a la cruz de guía, el farol que alivia su desolación de hijo y pone luz en la oscuridad de sus recuerdos. Una elegía a sí mismo y un canto al acompasado caminar de una Sevilla que se perpetúa en sus ritos con la secreta, siempre engañosa esperanza de esquivar los estragos del tiempo».

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Discurso de Antonio Burgos

A una de sus magistrales crónicas taurinas Gregorio Corrochano le puso por título: "Joselito torea en el patio de su casa". Así me siento en este momento, como José Gómez en su plaza Monumental. Menos la primera comunión, yo lo he hecho todo en esta casa, y lo reseño con orgullo, pues no me tengo por mal nacido, sino de tan ilustre cuna como la que campea en sus nobilísimas armas del trabajo el calzador de una zapatera que terminó poniendo sus chicarros al Niño de la Virgen de los Reyes y las tijeras de un maestro sastre que me enseñó a llevar la luz de plata de la verdad en un farol junto a la cruz, qué cruz, del Señor de Sevilla.

Y las gracias que quiero dar las simbolizo en el patrón de esta casa: don Guillermo Luca de Tena y Brunet. Gracias, viejo amigo Guillermo, por tantas y tantas cosas. Los que hemos tenido el honor de trabajar a tus órdenes te habíamos concedido hace ya muchos lustros la grandeza de España que ahora te ha reconocido Su Majestad. Y sin que esto salga de la emoción de unos compases de la marcha de Gómez Zarzuela, qué título más sevillano eligió usted, maestro, cuando se lo pidió El Rey para crearlo marqués. Cualquiera puede pensar que lo del Valle de Tena es un homenaje a una cuna de antepasados del Alto Aragón. Los sevillanos sabemos que no. Guillermo Luca de Tena es el único marqués del Reino que lleva en su título el nombre de su cofradía y la emoción que sintió a verle en la calle por vez primera, un lejano Jueves Santo, los ojos a su Virgen: El Valle. El Valle de la túnica morada de nazareno del Jueves Santo, cuando era director de este ABC en la Enramadilla. En cuanto a lo de Tena, es también Sevilla pura. Tena como la casa de los Maldonado en la Plaza de los Carros, aquella donde hacía tanto frío que los abrigos estaban puestos en un perchero junto a la cancela y se los ponían sus moradores al entrar en ella, no al salir a la calle. Tena como los almacenes de Tena en la Huerta de la Salud, donde luego estarían las rotativas y las bobinas de papel de las Tres Letras. Tena como el aceite de la Casa Tena o el agua de azahar maravillosa que destilaban con naranjos en flor que nos aplacaban los nervios en el fruto de los exámenes de reválida.

Santiago Castelo y servidor llamamos "patrón" a Guillermo Luca de Tena no sólo en el sentido empresarial de la línea editorial y del bingo de las manos de periódicos vendidas y la cuenta de explotación, sino en la décima acepción académica de la palabra: "Modelo que sirve de muestra para sacar otra cosa igual". Por lo que compruebo de su sentido de la lealtad a la Corona en el servicio a España, de su defensa de la independencia y espíritu de la cabecera contra vientos conocidos y mareas por conocer, hay una tercera persona que también lo llama "patrón" con esa acepción: patrón de plata con que medir renuncias y sueños perdidos por servir a un sueño. Esa tercera persona del singular, bastante singular, es doña Catalina Luca de Tena García-Conde, a quien quiero agradecer sus más que generosas palabras, como editora de este periódico sevillano que es como una Plaza de España de papel, como la de Aníbal González y Alvarez-Ossorio, levantada en memoria de don Torcuato Luca de Tena y Alvarez-Ossorio por su hijo don Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres.

Gracias a don Rogelio Reyes Cano no sólo por el exceso de sus palabras sobre este fraile de las columnas del claustro del articulismo que llegó a serlo gracias a que antes ejerció de cocinero en los fogones del plomo de periódico. Gracias también, querido profesor Reyes Cano, por las numerosas ocasiones anteriores en que ha reconocido valor literario a unos textos nacidos en un papel efímero que el tiempo, ay, siempre acaba poniendo amarillo de olvidos. Y en la persona de su presidente, mis gracias más hondas a todos los miembros del jurado que me concedió el honor del premio.

Y al final, pero no el último, las gracias a don Francisco Rosell, mi director en El Mundo de Andalucía ahora y antes en Diario 16 de Andalucía, amigo y compañero cierto de las más inciertas horas de mi vida profesional, que me sigue permitiendo, en la mejor tradición de la prensa sevillana, continuar haciendo cada día literatura en el periódico.

En estos periódicos nuestros cada vez más sometidos a la dictadura del diseño, del mercado, de los despachos de influencias, de las oficinas de relaciones corporativas, del marketing, del EGM, de la OJD y de la leche (leche Pascual, naturalmente, que es buen anunciante)... En estos periódicos nuestros de cada día, dánosle hoy, cada vez más cargados de opinión y más faltos de literatura.

La literatura de periódico tiene hoy tan poco prestigio como para aquel viejo periodista sevillano casi iletrado aunque avezado en gacetillas de sucesos. Aquel viejo periodista, cada noche, entre cafés, humo de tabaco y copas de coñac, ante las plumas estilográficas garrapateando papel posteta y unas pocas máquinas de escribir aporreando folios, provocaba a los redactores con pujos literarios, a quienes despreciaba al grito cotidiano de:

-- ¡Literatos, que sois todos unos literatos! Que yo me he enterado bien, y todas esas cosas que ponen ustedes en los artículos vienen en el Espasa.

En el Espasa de la vida de la ciudad, del pulso de España, de nuestras sensaciones, de nuestras observaciones, de nuestros recuerdos, vienen, en efecto, todas esas cosas que a algunos nos está permitido escribir y a lo que llamamos artículo, que no columna. El artículo de periódico no tiene nada que ver con la columna, género cuyo nombre es anglicismo y cuya proliferación, tormento de lectores. Algunos, a fuer de periodistas, tenemos a gala seguir siendo articulistas y de no salir de capiroteros en la nutridísima Cofradía de la Columna. Por sevillanos no reconocemos más columnas que las de la Alameda o los mármoles de la calle del Aire. Cuántos columnistas hay en España, pero cuán pocos articulistas van quedando.

La columna es de Madrid en el espacio y de la Transición en el tiempo, pero el artículo es de aquí de Sevilla y del ancho mundo, y de siempre. Escribir un artículo en Sevilla es muy fácil. Basta con dejarse ir, río abajo de la hermosura de la palabra, en la corriente de otras aguas que antes vivificaron este cauce. En esta luz con el tiempo dentro que como el Moguer juanramoniano que es Sevilla, cuando te pones a escribir un artículo sabes que estás pisando las mismas calles literarias que los tres grandes Manolos: Manuel Halcón, Manuel Sánchez del Arco, Manuel Chaves Nogales. O las de José Andrés Vázquez, de don Santiago Montoto, de Galerín, de Don Cecilio de Triana, de Juan María Vázquez, de José Laguillo, de José María del Rey. O que estás sintiendo las mismas sensaciones de los poemas de Rafael Montesinos, de Manuel Mantero, de Juan Sierra, de Rafael de León. Sabes que tu voz la tienes como prestada por una tradición, que es la voz de los compañeros que ya no están y que fueron tus cercanos ejemplos y maestros en este oficio: Paco Otero, Javier Smith, Manuel Ferrand, Benigno González, José Antonio Blázquez. La voz de quien, como Antonio Colón, tu redactor-jefe, te animó a que escribieras sobre Sevilla la noche que le entregaste el original que te había encargado con la necro de don José Sebastián y Bandarán escrita de memoria, porque como suele ocurrir, no había un solo dato en la carpeta del archivo. O de quien, como Nicolás Salas, fue el director que te alentó para que desde aquel día de la Sevilla de la transición, en la que gracias a su campaña en este periódico la derecha sevillana, con su ceguera histórica, no tuvo más remedio que hocicar ante nuestra bandera verde y blanca, los lectores terminaran llamando "el recuadro" a la vieja sección del "Sevilla al día".

En un artículo, como en una copla, cabe la vida; puede ser una novela de folio y medio; puede ser un pasillo de comedias o una tragedia griega en 60 líneas. Y más si ese artículo, como el que generosamente ha recibido el premio Romero Murube, es en realidad un poema en forma de artículo o un artículo en forma de poema. En resumen, un trozo de vida. El honrado por el premio es un artículo que nunca hubiera querido escribir. Nunca hubiera querido escribir mis dos mejores artículos. Aquel que se titulaba "Los zapatitos del Niño", que escribí tras ver que al de la Virgen de los Reyes ya se los había calzado bajo la mismísima tumbilla del cielo la chicarrera de Catedral. Y este que se titula "Farol de cruz de guía", que escribí el primer Miércoles Santo en que me faltaba el maestro sastre que durante tantos años, desde que el Cisquero me salvó la vida, llevó cada Madrugada, como promesa, la primera luz del cuerpo de nazarenos del Señor de Sevilla. Cuando el viejo, generoso patrón del periódico leyó aquel artículo de los zapatitos, me animó a que lo presentara al Cavia. Mas hube de esperar para embarcarme en ese buque insignia del articulismo español que es el Cavia a que S.A.R. Don Felipe de Borbón entrara de guardiamarinas por el portalón del "Juan Sebastián Elcano" como antes Don Juan y Don Juan Carlos, y a que Cádiz, por mi pluma, compusiera una "Habanera para un Príncipe".

El día que este "Farol de cruz de guía" apareció en El Mundo, en el ABC venían publicadas las bases del Romero Murube. Y la que más me conoce y mejor me sobrelleva, la que dicen las malas lenguas que escribe todos mis artículos (y yo creo que están en lo cierto), mi querida Isabel, mi mujer, cuando lo leyó me animó a que con el Romero Murube pudiera ocurrirle a esta farol literario del alfayate lo que no pudo pasarle con el Cavia a aquellos chicarros legendarios de la zapatera. Ese farol que habré de aclarar que portaba el verdadero Maestro Burgos. Cuando por razones de edad y veteranía los compañeros más jóvenes o los lectores más caritativos me conceden cariñosamente ese título gremial, el de maestro, les digo: "No el verdadero Maestro Burgos ya murió; era Antonio Burgos Carmona; él sí que era maestro de verdad, maestro sastre y maestro de saberes sevillanos, y no aprendiz de escritorio como su hijo..."

Premio Joaquín Romero Murube. Advierto que es ya de rúbrica que en esta cena el galardonado glose cada año la figura del autor de "Tierra y canción", y no habré de ser yo quien quiebre la costumbre, en esta ciudad donde no hay nada que nos guste más que inventarnos una tradición de nueva planta, que al punto pasa por centenaria.

Si por Sevilla entendemos, como solemos sus amantes, la suma de todos los bienes de la verdad, de la bondad y de la belleza sin mezcla de mal alguno, ¿quién fundó, quién delimitó, quién conquistó, quién engrandeció lo que ahora entendemos por Sevilla? ¿Hércules, Julio César, San Fernando, el descubrimiento de América, Olavide, Cruz Conde, Queipo de Llano, Utrera Molina, Felipe González, Jacinto Pellón? Ninguno: fue Romero, como hubo otro Romero que le mostró a Sevilla su propia esencia, esencia de azahar, esencia de magnolio, esencia de jacaranda, esencia de buganvilla, esencia de jazmín, escanciándola de su frasco sobre los pliegues de un breve capote. Esta Sevilla ideal de los sueños y las perfecciones tuvo otros fundadores, otros conquistadores que la rodearon de las murallas de la belleza, como sacerdotes laicos del Padre Hércules. Romero Murube no fue solamente un escritor, sino el primer nuevo fundador de la ciudad, un conquistador que hubiera entrado con San Fernando, un ilustrado asistente, un comisario de los cielos perdidos, aparte de precursor de esto que luego, en la hoguera de las vanidades patrias, llamaron "nuevo periodismo". No hay mejor nuevo periodismo que el viejo periodismo sevillano.

Nuevo Hércules de papel, Joaquín Romero hizo una nueva fundación de la ciudad. En sus artículos llegó a inventar una Sevilla ideal. Estamos ante un caso paralelo al de don José María Pemán, maestro de articulistas, con respecto a Cádiz. No en balde ambas ciudades son hermanas, hijas del mismo Padre Hércules Fundador, y en ésta nos sale del Arco del Postigo nacer a quienes nos adoptó aquélla en su Cuna de la Libertad, que tampoco es mala maternidad. Pemán y Romero me aparecen como nuevos dioses fundadores de las dos ciudades heracleas andaluzas. Con una diferencia sustancial. Para no dejar por embustero a don José, Cádiz terminó pareciéndose a la agustiniana ciudad ideal que Pemán soñó, con viuditas navieras, buitres en el monumento y hasta nieve de su premio Cavia. Incluso el vestuario de su teatral Piconera acabó como traje típico para las mujeres. A diferencia de la identificación gaditana con Pemán, Sevilla fue por un lado distinto al que le señalaba Romero Murube, hacia su degeneración. Sevilla no atendía cuantos piropos y requiebros el enamorado le decía en aquellos artículos en los que ejercía como de una especie de guardia de la porra sentimental y estética de una ciudad abandonada a su suerte, que cada día cogía recado de escribir para denunciar públicamente a los que iban en contramano de las esencias de la armonía.

La Sevilla de Joaquín Romero está especialmente en los artículos, por los que lleva su nombre este premio. En ellos se prodigó su sensibilidad, en un largo lamento por la ciudad que iba viendo perderse cada día. Sevilla, como suele, no le hizo ningún caso ("las cosas de Joaquín...", decían), otorgándole el anulador estatuto de poeta de guardia, de loco enamorado de la ciudad, que había hecho del Alcázar un territorio exento de las sinvergonzonerías al uso. No ha de olvidarse en este punto su valiente batalla contra la destrucción de la plaza del Duque, con el derribo de la casa del marqués de Aracena y del antiguo palacio de los Guzmanes para hacer allí un mamotreto arquitectónico a la mayor gloria del Corte Inglés. Cuando se recuerda aquella honrosa batalla, que Joaquín Romero perdió gloriosamente, hay quien se siente como un nuevo Noé hablando de un segundo diluvio, de la plaza del Duque a una plaza que hay en el barrio del Arenal, de albero y silencios.

Pero las cosas de Joaquín son las cosas de Sevilla. Y en aquella Sevilla que inventó Joaquín y por la que dio la cara aún alienta un atisbo de utopía, de ilusión, de esperanza, y se renueva el orgullo de lo nuestro, de nuestra identidad, de nuestras tradiciones, de nuestras costumbres, de nuestra luz.

Yo que soy romerista por las esencias de don Francisco me he podido sentir por muchas cuestiones romerista de don Joaquín, hasta por bético esdrújulo por razones estéticas y románticas, o por depositario de un esqueje de aquel su jazmín lunero del Alcázar, que heredé de otro Cavia sevillano, de José Andrés Vázquez. De Joaquín Romero tenía este jazmín trasminando independencia y belleza cada luna en mi casa morada y tenía el ejemplo de su decisión de permanecer en la fidelidad de la tierra y aguantar aquí la dictadura, en vez de irse de héroe de la II República al rentable exilio mexicano o ponerse la camisa azul para irse al Madrid del Nuevo Imperio a ponerse en cola para la lotería de Doña Manolita de la fama literaria. Tenía de Joaquín el espejo de su firmeza frente a la destrucción de la ciudad; el garbo de unos artículos tan bien plumeados; la emoción de tanta poesía como sus prosas llevan dentro;su zumbón y casi británico sentido del humor, con algún que otro gato, en la barriga o en la portada de un libro. Gracias a quienes me han concedido el honor de este premio, a partir de ahora queda el venerable nombre de Joaquín Romero Murube unido oficialmente a mi biografía, distinguiendo un artículo que nunca hubiera querido escribir, porque es la inmensa metáfora del tiempo atrapado en la plata de la luz de Sevilla de un farol de cruz de guía que ya no lleva, ay, un maestro alfayate. Si se sabe la historia es porque el hijo de la zapatera del Niño de la Virgen de los Reyes es cronista en la ciudad y su corazón acertó a verlo una madrugada de silencios.

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Discurso del alcalde

Por último, tomó la palabra el alcalde de Sevilla, que empezó agradeciendo a ABC «la invitación que me hace para compartir el acto de entrega del Premio Joaquín Romero Murube», diciendo a continuación: «Hace muy pocos días tuvimos la ocasión de recordar su figura en la presentación de una atractiva biografía escrita por Joaquín Arbide. Y en esa presentación profundizamos sobre su figura de escritor enamorado de Sevilla y preso de ese amor. También a la manera de Izquierdo, como decía Cernuda».

Aseguró que «Sevilla no es una ciudad pensada para estar, Sevilla está pensada para ser. Se es de Sevilla o se es en Sevilla, no se está en Sevilla, no se pasa por Sevilla, no se transita por este territorio con la levedad del que pasa por cualquier lado. Nuestra ciudad deja huella, marca, moldea y crea a su propia gente. De tal forma -añadió- que a veces pienso que esta ciudad, a la que amamos apasionadamente y por la que trabajamos no menos apasionadamente, nos ha hecho como somos con el único objetivo de gustarse en la elogiosa atención que sus hijos  le dirigimos permanentemente, cada uno según su capacidad, obviamente». «Pareciera que la suya fuera una atracción dulce, pero excluyente -añadió-. Y es por eso que aquellos que con más sensibilidad la han descrito, analizado y cantado lo han hecho a costa de dejar su sensibilidad casi sólo para ella».

   Dijo el alcalde que «tal es el caso de Romero Murube, alto representante, junto con muchos otros, de esta corte literaria a que me estoy refiriendo. Romero Murube, es sobre todo la ensoñación de una ciudad que él vio transformarse con sus propios ojos, y que, desde ese refugio celeste que es el Alcázar de Sevilla, él siguió soñando cuando ya no existía». Y añadió: «Fueron muchos los cielos que perdió Sevilla durante el pasado siglo XX. Sevilla perdió el cielo del desarrollo y el bienestar, Sevilla perdió el cielo de buena parte de su patrimonio urbano, y Sevilla también, sobre todo gracias al régimen totalitario que imponía grisura y parálisis por doquier, Sevilla perdió el cielo de su liderazgo artístico en España y su originalidad creadora. Sevilla perdió los cielos de creadores de toda condición, como Cernuda, como Chaves Nogales, como muchos otros. Sevilla perdió los cielos de una generación completa de hombres de estado, como Martínez Barrio o La Bandera, de médicos, de profesores, de abogados, de trabajadores. Sevilla perdió muchos cielos en aquellos años».

Sánchez Monteseirín recordó que «Romero Murube desempeñó entonces, si cabe, una labor más importante, por cuanto escribir en Sevilla y de Sevilla, y sobre todo pensar en Sevilla, se convirtió casi en una necesidad histórica para la ciudad cuando, en el altar de un supuesto desarrollo se sacrificó buena parte de su patrimonio urbano e histórico. Hoy el premio que lleva su nombre viene a reconocer a otro de estos escritores del amor de Sevilla, aunque pienso que usted, maestro Burgos, bien que ha sabido trascender los limites, a veces estrechos, de muchas de las cosas de Sevilla para mirar más alto y más lejos».
Afirmó a continuación que «yo respeto enormemente las opiniones de Antonio Burgos. Y no sólo porque creo que gozo de su amistad, o porque no suele «darme mucho» en sus columnas, normalmente. No sólo es por eso, créanme. Respeto las opiniones de Burgos sobre Sevilla, incluso aquellas veces en las que no las comparto. La columna de Burgos de ayer o de hoy se puede leer dentro de cinco años. Aguanta perfectamente. Con demasiada frecuencia encontramos en los medios de comunicación artículos que pasadas unas  semanas, suenan a risa: se basan en ocurrencias de unos o de otros y suelen envejecer con la rapidez con la que un breve soplo de tiempo se lleva las pamplinas. El magisterio de Burgos es una buena referencia, que debería ser aprovechada al máximo por los escritores y periodistas locales».

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Asistentes a la cena

Asistieron a la cena, además, Dolores Abril; Ángel Aguado Aparicio;  Rafael Álvarez Colunga; Pedro Álvarez Dominguez; Jesús Álvarez; José María Arenzana Seisdedos; Francisco Baena Bocanegra; Tomás Balbontín de Arce; Rafael Barbadillo García de Velasco; Fernando Barón Esquivias; Enrique Barroso de la Puerta; Isidoro Beneroso; Ignacio Benjumea; Antonio Bertomeu; Juan José Bonillo; Beatriz Borrero Beca; Josefina Burgos Belinchón; Pilar Burgos; José María Cabeza; Ignacio Camacho y López de Sagredo; Enrique Cantos; Manuel Capelo; Joaquín Caro Romero; Marta Carrasco; Héctor Casado; Jose Luis Castro Blandón; Cristóbal Cervantes; Isabel Cobo, Romero; José Cobo; Conde de Peñaflor, Luis Manuel Halcón de la Lastra; Condesa de Peñaflor, Mª Luisa Guardiola Domínguez; Manuel Contreras Peláez; Jacobo Cortines Torres; Javier Criado; Eduardo Dávila Miura; Juana De Aizpuru; Felix De Cárdenas; Antonio De la Banda y Vargas;  Miguel Ángel de la Cueva; Guillermo De Rueda; Carlos Del Barco Galván; Felipe del Cuvillo Cano; Fernando del Valle; Mercedes Díaz Zulategui; Elena Domínguez Pacheco; Duquesa de Alba; José Estévez; Benito Fernandez Perez; Pablo Ferrand; Diego Gálvez; José Joaquín Gallardo Rodríguez; Jose Luis Garcia Palacios; Víctor García Rayo; Antonia García-Conde; Paula Garvín; Fernando Gómez Acebo; José Antonio Gómez Marín; Juan Ignacio González Barba y González Gallarza; Óscar González Barba; Antonio González- Meneses; Alfonso Guajardo-Fajardo Alarcón; Juan Carlos Guerra Zunzunegui; Fernando Guerrero Marín; Clara Guzmán; José Ramón Halcón Bejarano; Isabel Herce Fernández; Santiago Herrero León ; Cristina Hoyos; Juan Carlos Jimenéz Laz; Esteban Kupfermann; José Lebrero Stals;  José León Castro; Francisco José López de Paz; José Luis López López; Manuel Lorente García; Soledad Luca de Tena; Pilar Lladó Fernández-Urrutia; Juan Llimona Becerra; Félix Machuca Lama; Juan Antonio Maesso Rubio; Felipe Luis Maestro Alcántara; José Luis Manzanares; Manuel Marchena; Marqués de Puebla de Cazalla; Marqués de Merito; Marqués de Salvatierra; Marquesa de Casa Mendaro; Marquesa de Merito; Luis Miguel Martin Rubio; Marcial Martínez ; Braulio Medel Cámara; Javier Medina; Jose Luis Medina; José Luis Montoya; Inmaculada Navarrete Contreras; Tulio O´Neill; Carmelo Olasso ; Angel Olavarría Téllez; Manuel Oreja ; José Manuel Otero Bada; José Pérez Benítez; Juan Pérez de Guzmán y Osborne; Angel Pérez Guerra; Alfonso Pérez Moreno; Guillermo Pérez Villalta; Antonio Pérez; Jesús Plata; Marta Prieto; Francisco Quesada; Manuel Ramírez Fernández de Córdoba; Gema Ramírez Mora; Jaime Raynaud Soto; Pilar Recasens Luca de Tena; Francisco Robles; Antonio Rodríguez de la Borbolla; José Rodríguez de la Borbolla; Isabel Rodriguez De Quesada; Antonio Rodriguez Galindo; Álvaro Rodríguez Guitart; Juan Victor Rodríguez Yagüe; Jose Victor Rodríguez; Juan Roldán; Pedro Romero de Solís; Francisco Romero; Francisco Rosell Fernández; Juan Ruesga Navarro; Juan Ruiz Cárdenas; Jose Antonio Saénz Sanchez; Eduardo San Martín; José Luis Sánchez Domínguez; Santiago Sanchez Traver; Jose Miguel Santiago Castelo; Antonio Sanz Cabello; Alfonso Sedeño; Ricardo Serra Arias; Ramón María Serrera; Carmen Tello; Adriana Torres de Silva; Ignacio Tovar; Jorge Trías Sagnier; Luis Uruñuela; Juan Valderrama; Enrique Valdivieso González; Ramón Valencia; Nicolás Valero y Montes ; José Manuel Vargas; José María Vaz de Soto; Joaquín Vázquez Parladé; Enriqueta Vila Vilar; Paola Vivancos; Enrique Ybarra e Ybarra; Jaime Ybarra Llosent; Santiago Ybarra y Churruca; e Iñigo Ybarra.

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