A los escritores de Madrid les ha gustado mucho siempre venir a Sevilla.
"Bajar al Sur", como ellos dicen. Sobre todo si los convidan. Del premio Nobel
al premio Adonais, no escritor que se resista a una convidá a tren con destino Sevilla.
En tiempos del Ave y en tiempos del tren expreso de Campoamor. La fama literaria de
Sevilla está acuñada, a partes iguales, por los viajeros románticos y por los nada
románticos viajeros mangones de tren y hotel. Tal fue el caso de la Generación del 27.
La Generación del 27 no pudo elegir peor lugar para nacer. Nació en conmemoración de
Góngora. Que se sepa, Góngora era de Córdoba. No tienen más que mirar el impresionante
soneto grabado en mármol junto al río y al puente, frente al Campo de la Verdad. Según
Madrid y la difusa teoría del Sur, para celebrar el centenario de un poeta cordobés como
Góngora, nada mejor que Sevilla. Total, Córdoba y Sevilla son lo mismo a los ojos de
Madrid. El Sur, como ellos dicen. Aquello del centenario del cordobés Góngora en Sevilla
fue tan absurdo como si el centenario de Velázquez lo celebraran en Huelva. Sólo que los
de Sevilla nunca se dejan, y los de Córdoba se dejaron con Góngora. Pagaba el viaje y la
estancia de hotel Ignacio Sánchez Mejías, y como Ignacio Sánchez Mejías era de
Sevilla, pues, nada, centenario de Góngora de Córdoba en el Ateneo de Sevilla.
La famosa fotografía del
homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla es, pues, el retrato no solamente de la
Generación del 27, sino de una partida importante de mangones convidados a mesa, mantel,
hotel, tren, fiesta campera en Pino Montano y lo que se tercie por Ignacio Sánchez
Mejías. Rumbo y elegancia de una raza vieja, que, la verdad, por cuatro perras gordas
inventó todo un mito literario. Como en tantas contradicciones de Sevilla, el famoso acto
del Ateneo no se celebró en el Ateneo, sino en el salón de actos de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País, en la calle Rioja. Y estuvieron en el estrado todos los
venidos de Madrid, pero ninguno de Sevilla. La excepción eran Blasco Garzón y José
María Platero. Ya es puntería: hacer una fotografía en Sevilla a la generación del 27
y no sacar un solo poeta de Sevilla, ni a Luis Cernuda, ni a Rafael Porlán, ni a Joaquín
Romero Murube, ni a Juan Sierra, ni a Rafael Laffón, ni a Antonio Núñez Herrera.
Hicieron la foto del 27 en Sevilla y, como era de noche, se dejaron fuera nada
menos que toda la brillante nómina sevillana de los poetas del grupo
"Mediodía", cuya revista alentaba (y empezó pagando de su bolsillo) Manuel
Halcón.
Foto, pues, simbólica donde
las haya. Mientras sale en la foto un señor que se llama Chabás y que ahora en muy
conocido en su casa a la hora de comer, entre el publico estaba un muchacho, hijo del
coronel del Regimiento de Ingenieros, que se llamaba Luisito Cernuda, pero ninguno de los
mangones de Madrid tuvo el detalle de decirle que, ya que no lo invitaban siquiera a leer
sus versos, por lo menos subiera a hacerse la fotografía mientras pegaba el fogonazo el
magnesio del fotógrafo del diario "La Unión". En la foto está un señor que
se llama Bacarisse, cuyo máximo honor actual es que la gente lo confunde con el gran
pintor gibraltareño afincado en Sevilla que fue don Gustavo Bacarisas. Nada, los de
Sevilla, como no mangaban viaje de Ignacio Sánchez Mejías, inéditos para la historia
visual de la poesía española contemporánea. Aquí, si quieres ser alguien en la
poesía, coge el tren y vete a Madrid, que ya te pagará el señorito Sánchez Mejías el
billete de vuelta, como se lo ha pagado incluso a los andaluces, al gaditano Rafaelito
Alberti, a Lorca el granaíno.
Por eso hay que hacer justicia
a Sánchez Mejías, y por eso Idígoras y Pachi lo han puesto ahí delante del estrado que
preside don Manuel Blasco Garzón. Al negro empleado del Llorens que salió de primer Rey
Negro en la Cabalgata de José María Izquierdo le han dicho:
-- Acerca una silla, que se va
a poner don Ignacio en la foto, para hacerle justicia histórica.
Y ahí está Ignacio,
tan bien sentado, tan bien plantado, tan torero, con el compás abierto, despatarrado en
la silla, delante de los escritores. Escritor era Sánchez Mejías al fin y al cabo. El
autor del drama Sinrazón y de la comedia Zayas. El cuñado de Joselito el
Gallo. El que tuvo que dar muerte en Talavera al Bailaor que había matado a José.
El gran banderillero. El genio que debutó en Madrid toreando una novillada de Fernando
Villalón, que eso es como matar un Romance del 800 y una Toriada. Si la
Generación del 27 existe, en parte es gracias al señorito rumboso que los convidó y los
congregó en el mangoneo de Pino Montano y del Hotel Pacífico. Si Fernando Villalón
existe como poeta, es porque Ignacio Sánchez Mejías lo animó a escribir. Sánchez
Mejías fue presidente del Real Betis Balompie, tanto arte no puede ser más que bético.
Esto de la Generación del 27 no lo puede inventar más que un bético. El Betis es el
único club de fútbol de todo el mundo que tiene en su historia un presidente muerto por
un toro. A ningún presidente de ningún club de fútbol le ha dedicado nunca ningún
García Lorca un elogio fúnebre en forma de un Llanto que forma ya parte de la
historia de la literatura universal. Es lo menos que Federico podía hacer por aquel
genialón señorito de Sevilla al que sus colegas de Madrid le mangaron el viaje
fundacional de la Generación del 27. Por la cara.