Se
presentaba como "la revista más audaz para el lector más inteligente". Pero el
lector más inteligente todavía sabía que, en verdad, era una autovacuna de la dictadura
de Franco. La Codorniz fue uno de los geniales conejos que Miguel Mihura sacó de sus Tres
sombreros de copa. Humor del absurdo, ya que no podía hacerse humor de la realidad:
- -- ¡Cómo se parece usted a don Vicente!
- -- Es que yo soy don Vicente...
- -- Pues más a mi favor todavía...
Hija de "La Ametralladora"
de la guerra, la revista de humor para el recreo del soldado nacional, lo que hoy
entendemos por La Codorniz, aunque creada por Mihura, es un invento de Alvaro de
Laiglesia. Hoy Alvaro de Laiglesia como autor humorístico está completamente olvidado.
Nadie se acuerda de sus libros, de los que Lara vendió cientos de miles de ejemplares: Un
náufrago en la sopa, En el cielo no hay almejas, Dios le ampare, imbécil. Humor con
mucho de Pitigrilli, con mucha Italia, y con mucha vieja literatura española. Alvaro hizo
La Codorniz a su medida, y a la medida de España. Alvaro era un hombre del régimen, ex
combatiente de la División Azul, e hizo una revista del régimen. La maldad, en la
revista, la ponía el lector, nunca la redacción, compuesta apenas por el propio director
Alvaro y por el redactor-jefe Fernando Perdiguero, más aquel hombre-orquesta llamado
Marciano, que era secretario, administrativo, contable, pagador... de todo.
El mérito de Alvaro de
Laiglesia con La Codorniz es que los lectores inventaban lo que la revista no ponía.
Nunca vino aquel parte meteorológico de crítica a Franco que se comentaba en voz baja:
"Reina en toda España un fresco general procedente de Galicia..." Probablemente
tampoco salió nunca aquel epigrama:
- Bombín es a bombón
- como cojín es a equis,
- y a mí me importa tres equis
- que me cierren la edición...
Nunca le cerraron la
edición a La Codorniz, al menos hasta que llegó Fraga con la Ley de Prensa. Esto es, el
temporal que capeó bien fue el de la censura. Hecha a la medida del régimen de Franco y
nacida en 1941, no logro sobrevivir a la transición, cerrando definitivamente la edición
en 1977 por ruina económica. La España de las libertades ya no leía La Codorniz. Leía,
en todo caso, Hermano Lobo o Por favor. El humor empezaba a estar en los periódicos, cada
día, en los dibujos de Forges, de Peridis, siempre de Antonio Mingote.
Todo el humor español de tres
décadas largas del siglo, de los 40 a los 70, está en La Codorniz. Grandes escritores de
humor, como Wenceslao Fernández Flores, Ramón Gómez de la Serna o Jardiel Poncela.
Pero, sobre todo, una constelación de estrellas menores de dibujantes y escritores, que
van desde las leidísimas Cárcel de Papel y Comisaría de Papel de Evaristo
Acevedo, a los mil y un textos del valencia Pgarcía, que era también Gmartínez. La
Codorniz era el imperio del pseudónimo: Kalikatres, Chumy Chumez,, Oscar Pin (que era el
hijo de Fernando Perdiguero), Dátile. O los más recientes de Forges, Ops, que empezaron
allí. Una revista fundamentalmente de Madrid, aunque desde San Sebastián enviaba Munoa
sus dibujos de chicas estilizadas con viejos verdes del monóculo, siempre junto a las
marquesas de tinto de Serafín.
Paradójicamente, de
Andalucía, tierra de gracia y de humor, hubo muy pocos autores en La Codorniz. Pero es
que siendo tan pocos, también han sido olvidados a la hora de los censos y, si
recordados, con El principal de todos, quizá, Antonio de Lara Tono, inmenso
patriarca sobrado de ingenio. Cuando se ha hecho la historia de la revista, casi han
olvidado a Manuel Ferrand, el novelista, que publicó cientos y cientos de textos con el
pseudónimo de Tic y decenas y decenas de "Críticas de la vida" sin
firma, así como muchísimos dibujos, especialmente de su personaje Don Perplejo, aquel
señor que siempre se encontraba una manifestación cuyas pancartas estaban escritas en
alfabetos indescifrables.. En la fotografía imposible del humor español en La Codorniz,
Manuel Ferrand "Tic" está por derecho propio. En esta España de escatimar
méritos, casi nadie ha reconocido que Manuel Ferrand fue el inventor de un género hoy
tan en boga como la crítica de televisión, que firmaba también Tic, en la galaxia de
los pseudónimos. Y junto a Tic, hubo también en La Codorniz algunos sevillanos, como
José Antonio Garmendia, que allí publicó sus primeros dibujos de Cipriano Telera con su
boina y sus botas de becerro, o sus colecciones de objetos tan imposibles como
inservibles, cual el cuchillo de dos hojas o la regadera de dos rosas. No debe, empero,
extrañarnos el silencio sobre los andaluces de La Codorniz, entre los que también se
encuentra el autor de esta evocación, que se firmaba "Coco". La historia la
escriben siempre los vencedores. Y los vencedores, ya se sabe, viven siempre en Madrid.
"Donde no hay publicidad, resplandece la verdad".
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"La Codorniz" en "La Esfera"