Era
más famoso entonces que Alejandro Sanz ahora. Su aguda voz de sirena de la Fábrica de
Tornillos había que oírla cuando la imitaba Emilio el Moro, que parecía que estaba
pasando por el altavoz de la radio uno de los primeros patrulleros del 091:
--- El
maceteroooooooo......¡Iiiiiiiií!
Antonio Molina era un filón
para Emilio el Moro, como la parodia de "El pescador de coplas":
- Tengo una Vespa muy buena.
- toa hecha de chapa, de chapa y motor,
- cruzando la carretera,
- mi Vespa se me paró...
Todas los defectos de los
imitadores de Antonio Valdés Molina eran las virtudes de Antonio Molina. Un hombre,
hombre, en la historia de la copla andaluza, como un Angelillo de segunda generación. En
tiempos de Antonio Molina nadie sabía quién había sido el otro Molina, el Miguel de
Molina que estaba en Buenos Aires acuñándose su propio mito en las monedas de oro que
colgaban de sus anillos imposibles. Antonio Molina fue siempre un hombre del pueblo que
cantaba para el pueblo las coplas que al pueblo gustaban. Eterno emigrante, que tenía una
copla morena hecha de sol para cruzar la mar serena de una Andalucía que se estaba yendo
por aquellos años a Alemania en el tren de las lágrimas, o en el Catalán al Bajo
Llobregat de la Seat, con la maleta amarrada con guitas. No con cuerdas. Con guitas.
Maletas de cartón, maletas de quintos, maletas de vagones de Tercera amarradas con
miserias, con hambres, pero también con ilusiones, con esperanzas. Antonio Molina era el
pescador de coplas, el canachero de la fuente del avellano, el macetero. Qué pregones
más hermosos daba por las calles de la radio en aquella Andalucía de los pregones de los
búcaros finos de La Rambla o de Lebrija:
- Abrid, niñas los balcones,
- que ya está aquí el macetero...
Como seguía habiendo dos
Españas, dos Andalucía, por un lado del mar iba Angelillo pregonando los boquerones del
alba y por el otro venía Antonio Molina trayendo la flor más bonita que hay en el mundo
entero, que es la copla. Era una Andalucía de películas de Luis Lucia, de Cifesa. En los
años en que en Italia se estaban haciendo las películas del neorrealismo, aquí se
rodaban las películas del realismo mágico de Antonio Molina, con su figura lorquiana de
cabeza de ensortijados bucles, como un Camborio en ferraniacolor. En aquella Andalucía
agraria todavía con eras y con trillos en los ejidos de los pueblos, con cántaros al
cuadril de las muchachas en los pueblos sin abastecimiento público de agua, Antonio
Molina siempre hizo papeles de tecnología punta de la época. Fue el cronista de la
emigración, de la pesca a la que no habían llegado ni los congeladores onubenses de
Chamaco ni los barcos de los japoneses a las almadrabas de Barbate. Y, sobre todo, el
minero. Era una Andalucía minera despreciada hasta por la incipiente intelectualización
del flamenco. A la hora de hacer un festival del Cante de las Minas, se lo llevaron a La
Unión (Murcia):
- Se está quedando La Unión
- como un corral sin gallinas,
- a unos se los lleva Dios,
- y a otros los matan las minas.
La que se estaba quedando
como un corral sin gallina era la minería andaluza. Una sombra eran aquel Linares del
plomo, aquella Peñarroya del carbón, aquel Riotinto del cobre, aquel Cerro del Hierro.
Un recuerdo era el esplendor autárquico de los pueblos que, durante la II Guerra Mundial,
con el wolframio y con otras fortunas del subsuelo habían encontrado un pasajero El
Dorado. Cuando Antonio Molina, en 1955, rueda "Esa voz es una mina", pinta una
Andalucía idílica de pozos y vagonetas, sentenciada a muerte por la revonconversión y,
antes, por los Planes de Desarrollo:
- Yo soy minero
- porque a mí nada me espanta
- y sólo quiero el sonío
- de una taranta...
El compañero, dale al
marro, le daba al marro, y avanzaban los mineros en desfile triunfal por la galería, como
un paseíllo de picadores en el albero del carbón. Sin embargo, siempre acababa saliendo
la Andalucía del hambre:
- Cocinero, cocinero,
- aprovecha la ocasión,
- que el futuro es mú oscuro
- trabajando en el carbón...
Y tan oscuro. Los pueblos
mineros andaluces se iban quedando como un corral sin gallinas. Quien mejor veta encontró
en aquella mina fue el propio Antonio Molina. Como era más famoso que Alejandro Sanz hoy,
hasta hizo que le cambiáramos la letra a los villancicos:
- En el portal de Belén
- ha entrado Antonio Molina,
- y le ha dicho San José:
- Esta voz es una mina...