El Mundo, lunes 19
            de octubre de 1998 
             
            El Rey, con Fidel Castro en la cumbre de Oporto  
            Vaya
            por Dios. Me ha fallado la semanal visita de Pero Grullo, quien al menos tiene la
            cortesía de excusarse: "Burgos, que no puedo ir por su escritorio porque tengo que
            decirle a la Maja de Mirurgia cómo debe ponerse la mantilla para La Boda, pero no se
            preocupe, lea lo de Peñafiel, que se lo dará hecho como yo suelo los domingos." Y
            leo a Jaime Peñafiel en El Mundo y me lo da hecho. Cuando el Rey se despelotó, de entre
            las voces de escándalo, sólo dos se alzaron contra el general rasgamiento de vestiduras
            ante la ausencia de regios paños de pureza. Lo que me hace pensar que el Rey se tiene que
            despelotar todos los días. No despelotarse con el culo en pompa y circunstancia, sino
            despelotarse de risa. Leyendo los periódicos. Al Rey con los periódicos tiene que
            pasarle como a Dios leyendo las tonterías que ponen los libros de Teología. Dicen que
            los teólogos son los bufones de Dios, porque el Supremo se despelota de risa con las
            tonterías que ponen de Él. Y los periodistas debemos de ser todos un poco teólogos o
            bufones obligados del Rey, que con lo que le gusta una guasa y un pitorreo, es que se
            tiene que partir de risa con las cosas que se escriben de su negocio, que se llama
            España. Ya se sabe que en cuestiones de negocio, el que la lleva la entiende. El ojo del
            amo engorda el caballo. Y no creo que el Rey, que aprendió equitación de los principios
            en Estoril y de las circunstancias en la Academia Militar de Zaragoza, permita que le
            dejen el caballo del Cid convertido en un caballo de pica de los antiguos, de cuando no
            eran de percherona raza bretona.
            Me estoy imaginando al Rey a
            esta hora en que escribo, en el desayuno del domingo, con los periódicos por delante,
            tirado de risa: "Sofía, escucha, oye qué tontería más grande pone este tío aquí
            sobre la unidad de España..." La Reina no, porque es más estirada y distante, pero
            el Rey, tirado de risa. Tiene que ser una delicia leer los periódicos cuando se conocen
            las claves que todos ignoran. Ponemos lo que queramos poner, pero aquí nadie ha dicho
            nada de ese teléfono del Rey: "Oye, mira, Jordi, escucha...", "Oye, mira,
            Xabier, que a ver si..." En todo este fregado de la Constitución y del propio
            concepto de España nos creemos que el Rey es un señor que se dedica a vestirse de
            lagarterana con Fidel Castro en Oporto, cuando estoy convencido de que lleva el toro de
            España más toreado y con la muleta planchada que nadie. A otros les van quizás los
            sentimientos, pero al Rey le va su propio oficio, su condición y su razón de ser. Más
            difícil era desmontar una dictadura, y ya ven la obra de arte que hizo, que no se le
            reconoce porque los españoles somos remisos a admitir los méritos en vida. No le alquilo
            las ganancias a quien tenga que pagar la cuenta de teléfono del Rey de estas semanas,
            pero estoy convencido de que, sin que nadie lo sepa, está diciendo a los tres tenores que
            bajen el diapasón, a los otros que cuidado con el cirio, que la procesión es larga, y a
            los de más allá que ni los hombres ni las naciones somos escopetas... Sólo que esta vez
            no nos estamos enterado del "tranquilo, Jordi, tranquilo". O del
            "tranquilo, Xabier, tranquilo..." 
              
            
            
              
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