Era Sanlúcar puro y Arcos puro, y por si fuera poca Andalucía,
creció y vivió pisando mosaicos de Itálica en la casa de la Condesa de Lebrija. Hablo
de ese gran caballero ido, de Eduardo León y Manjón, el Conde de Lebrija, que un día,
en su casa de la calle Cuna, donde Regla León fue atesorando media Bética comprada por
Santiponce y por Camas, me dijo:
-- ¿Tú ves ese mosaico romano? Pues de chiquillo lo que
más me gustaba era corretear por encima con un triciclo que yo tenía... ¡con las ruedas
de hierro!, fíjate qué barbaridad. Y el caso es que no podía comprender cómo me
reñían tanto cuando me ponía a corretear con el triciclo sobre Baco.
Como conocí a Eduardo León en sus salones itálicos de
torsos romanos, me fue ya muy fácil enmarcarlo como uno de los últimos patricios de la
Bética. Pertenecía a la saga de grandes señores de Sevilla metidos en emprendedores
negocios que la muerte se ha ido llevando uno tras otro. Se nos ha ido después de
Fernando Solís Atienza, a los pocos días de Felix Moreno de la Cova. En su plenitud de
vida y de alegría. Era uno de esos sevillanos que gozan haciendo feliz a la gente,
animándolas, a los que todo parece bien. Eduardo León era de esa ley. Estaba a mediodía
en su copita de manzanilla y sus ostras de La Alicantina, y todo el que apareciera por
allí era convidado:
-- Que lo ha invitado a usted don Eduardo...
Más que a manzanilla de su Sanlúcar, Eduardo siempre nos
convidaba a gozar la vida. Daba un aspecto de facilidad y agrado a cuanto hacía. Sin
darle la menor importancia, creó en su Arcos todo un polo de desarrollo, como fue el
complejo turístico del lago, hoteles y urbanizaciones con nombres de corregidores y de
molineras. Sin darle la menor importancia, hizo la Algodonera Virgen de los Reyes o
Invirsa. No te hablaba de sus negocios. Abierto al mundo, te hablaba de sus viajes. Con
decir que Eduardo León había corrido más mundo que Maribel Moreno de la Cova... Como un
Elcano a la sanluqueña, cada año se daba su vueltecita al mundo. En barco, que es como
dan los sanluqueños la vuelta al mundo. En una de esas vueltas encontró el prólogo de
su muerte, que es como el capítulo de una novela. A Eduardo, con un pemperrenque
importante, lo tuvieron que desembarcar del Queen Elisabeth en Bombay. Desde allí
fue un calvario traerlo hasta su casa de la calle Cuna. Pero como repartía siempre
alegría y vida, ya estaba convidando a la gente a los toros del Domingo de Resurrección
el día antes de que se fuera a esperar, con la muerte, la suya propia. Sólo este Conde
de Lebrija viajero y abierto, alegre y alegrador de los demás, podía hacer de la muerte
un pasaje a la India. Porque iba por el mundo sin olvidar nuestra tierra. estaba un día
Eduardo almorzando en el Hotel Sheraton de San Francisco y tardaban más de la cuenta en
servirle. Harto ya de llamar a los camareros sin que vinieran, se fijó en uno y le soltó
un:
-- ¡ Quiiiiillo!
El camarero volvió la cabeza y acudió al instante. Los
que lo acompañaban le dijeron:
-- ¿Pero cómo sabías que era español?
-- No, español sólo no: de Chipiona, como habéis visto.
Con esos andares nada más que se puede ser de Sanlúcar o de Chipiona.
Con ese señorío alegre que tenía Eduardo León nada más
que se puede ser de la Andalucía que ha perdido a uno de sus últimos patricios romanos
de Arcos.