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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo,  lunes 29 de marzo de 1999


Dos catavinos

1998: Aznar brinda con Tony Blair en Sanlúcar
Aznar no alza esta Semana Santa su catavinos por la paz en Bajo de Guía

Hay un trozo de Veracruz, o de Campeche, o de la Mérida yucateca, de algún lugar del borde caribeño de la Nueva España desde luego, que quizá traído como lastre por un galeón de la Carrera de Indias, llegó hasta Sanlúcar de Barrameda. A ese puerto caribeño anclado en nuestra orilla atlántica, como un cante de ida y vuelta, soportales y estípites, han dado en llamarle Bajo de Guía. Y en una taberna marinera de Bajo de Guía, desde hace un año, hay dos catavinos guardados en una caja de caoba, famosos no por la manzanilla que contuvieron, sino por la mano que brindó con ellos. Los alzaron una primavera Aznar y Tony Blair, brindando por la paz en el Ulster, antes de coger el lanchón y cruzar el Guadalquivir camino del Coto de Doñana, el borde virgen del litoral que cierra ese espejo del mapa del Golfo de México que es la Bahía donde Cádiz es La Habana con más salero y El Puerto de Santa María, un Santo Domingo con el santoral loquito. El mundo puede caber en un catavinos de Sanlúcar. Un catavinos es como una esfera terráquea prolongada en cristal hacia el cielo. Su perfil tiene algo de V de la victoria. Se hace de oro con el sol de la manzanilla y alumbra sueños, deseos, amores. Vida.

En el arranque de esta Semana Santa, en la suprema contradicción entre palmas y olivos y misiles y aviones de Kosovo, Aznar ha vuelto a Bajo de Guía, camino de Doñana. Habrá pasado por Punta Zalabar, el paraíso donde las gaviotas son las supremas, solitarias dueñas de las espumitas del mar de la bahía, como un poema perdido y hallado de Rafael Alberti. Hay que agradecer a Aznar la suprema discreción con que llegar suele a Doñana. Más días de los oficialmente sabidos, el presidente se refugia entre los pinos del Coto. Otros llegaban con estruendo de yates de cuñados y zafarrancho de protocolo en la base de Rota. Este llega muchas semanas, solitario, a caminar por la más bella y secreta, desierta playa de España. No está en ningún libro de los récords la marca geográfica del término municipal de Almonte. Como los almonteños lo hacen todo a lo grande, puestos a tener playas, hasta se les fue la mano, quizá por intercesión de la Virgen del Rocío ante su hijo el Creador. No creo que haya en toda España otro término municipal que tenga, como Almonte, cuarenta kilómetros largos de playas jalonadas per torres almenaras.

No sé cómo andará Aznar de historia medieval cuando medite en esos solitarios paseos por la playa almonteña. Quizá cuando pase al lado de esas almenaras, por Torre Zalabar, por Torre Carbonero, piense que en esas fortificaciones se encendían candelas en los días de guerra, para dar señales de asaltos de moros o piratas, en defensa del señorío del duque de Medina Sidonia. Quizá el solitario paseante no advierta el fuego que algunos vemos encendido aún en las almenaras del Coto. El fuego, una noche más, en la casa de un concejal socialista vasco, en una casa del pueblo. El fuego en una aldea de Kosovo, quizá sembrado por esos aviones que han repostado allí, donde el horizonte, en Rota. Mirando estos fuegos, pienso en los dos catavinos. Ojalá pronto haya manzanilla que llene de paz los catavinos de Sanlúcar.

 

 


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