La Real Academia,
                por fin, va a imponer la cordura en su nueva "Ortografía Española", donde
                establece la prioridad del nombre castellano de las ciudades sobre el vernáculo, y
                rechaza la cursilería de moda entre pedantes y emborrachados de progresismo de decir A
                Coruña por La Coruña, Lleida por Lérida y por Gerona, Girona, con gi de gilipollez.
                Esto puede decirse incluso más clarito todavía, en palabras del académico Gregorio
                Salvador: "Se dice Londres y no London; Milán y no Milano. Pero estamos rodeados de
                mucha gente imbécil"...
                Y tanta, don Gregorio, y tanta... A ver si lo que han
                fijado ustedes con las normas ortográficas con respecto a las voces catalanas lo hacen,
                pero en sentido contrario, con el riquísimo vocabulario andaluz.
                --- Adiós, Alcalá Venceslada...
                La lengua española está amenazada por un arma terrible y
                destructora: el Libro de Estilo. En esos libros de estilo, por lo general, se cae en el
                vicio que la RAE denuncia: que al pulpo del catalán y del vascuence, ni reñirle. Según
                esos libros de estilo bajo cuya dictadura se escribe el malísimo castellano que leemos en
                los periódicos, no hay que entrecomillar ni poner en cursivas voces extrañas a nuestra
                lengua como Parlament de Catalunya o kale borroka. El otro día vi ya la
                repera o caraba en bicicleta de este absurdo, cuando refiriéndose al Español de
                Barcelona (al Espanyol, vamos), un título lo llamaba "el conjunto
                espanyolista". Por el contrario, esos mismos periódicos, cuando se encuentran con
                una voz andaluza, viva y bella, aunque esté en el Diccionario de la Academia, al instante
                la meten en la cuarentena de las cursivas o en la prisión preventiva de las comillas. Ni
                se toman la mayoría de las veces el trabajo de mirar en el DRAE, donde vienen más
                andalucismos léxicos de cuanto pensamos, o voces castellanas antiguas y hermosas, que en
                otros sitios de la península han caído en el desuso del arcaísmo y aquí están como
                recién creadas en su belleza.
                Los andaluces que publicamos en periódicos de Madrid
                sufrimos en nuestros textos estos escarnios para Andalucía, y nombro la soga precisamente
                en las páginas del ahorcado. Les temo a los editores de mis textos más que a una espá
                esnúa cuando estas columnas se publican en la edición nacional. Si pongo allí lo que
                suelo y tengo a gala y orgullo, lengua andaluza viva y creadora, oída a la voz del
                pueblo, que es voz del cielo de bella y de precisa, los editores de textos se hartan de
                meterles cursivas y comillas. Si pongo jangá, no sale jangá, sino que sale jangá
                o en el mejor de los casos "jangá". Si pongo tumbaviso, casapuerta, aljofifa,
                husillo, va el editor de texto, libro de estilo en mano, y , ¡hala!, allá que salen tumbaviso,
                casapuerta, aljofifa, husillo, como apestadas y sospechosas, en cursivas. 
                Pero si, por el contrario, yo fuera un escritor catalán o
                un vasco (que Dios no lo premita), mis textos saldrían lindos y pulidos, todos en
                redondas de la perfección y la norma, sin preventiva cursiva alguna. Aunque hablara del
                Parlament y citara al lehendakari, nunca serían los apestados y cursivos Parlament o
                lehendakari. Ni me pondrían cursivas si cometo en castellano esas horrendas
                concordancias catalanas de han habido muchos espectadores en el Estadio. Aunque no
                se deba decir Lleida, mi arma, si yo escribo mi arma, lo que me ponen en cursivas es mi
                arma. Nunca Lleida. Y como andaluz me llega al alma.