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Vamos,
que la vida sigue, suelen decir en estos casos. Claro que sigue
la vida, Julio A. Parrado, pero ya todo es de otra manera. Sigue
la vida y sigue la guerra, a la que le hemos puesto tu nombre.
Ni ante Dios ni ante los hombres, serás héroe anónimo,
soldado conocido de la infantería gloriosa de la información.
Tu amor a la verdad y otras dudas te llevó de la ciudad de la
Mezquita a las mezquitas ensombrecidas por el humo de las
explosiones artilleras mientras avanzaba tu División. Si me
quieres escribir, y quiero escribirte, Julio, ya sé tu
paradero. Tu muerte me suena a vieja canción republicana de la
batalla del Ebro, de aquel horizonte de nostalgias y esperanzas
tricolores que oirías de niño en tu casa cordobesa, cuando tu
padre sintonizaba la Pirenaica tras llegar de un Círculo Juan
XXIII donde Carlos Castilla del Pino acababa quizá de proclamar
la primavera de la libertad que no acababa de llegar nunca. Si
me quieres escribir, y te quiero escribir, yo sé tu paradero.
Donde los cabales. En el frente de Bagdad, primera línea de
fuego. Ay, Carmela, me va cantando el dolor de tu madre, qué
lejos quedan los naranjos en flor de las orillas de tu
Guadalquivir de estas riberas del Tigris donde está la cuna de
aquellos hombres que en tu tierra dejaron un horizonte de
minaretes y palmeras.
Tuve que reírme, Julio, con tu
crónica de los pepinos. Andaluz tenías que ser. Eras como la
gente que a tu tierra vinieron; de allí precisamente, de esa
cuna de civilizaciones. Y tenías esa capacidad de poner una
sonrisa y un trozo de humanidad hasta en lo más cruel de la
guerra. Tu crónica de los pepinos, del Tío Sam buscando
misiles y la soldadesca hallando pepinos propiamente dichos, no
pepinos de pegar pepinazos, sino pepinos de hacer un salmorejo o
un gazpacho, tenía la sonrisa de tu tierra, retranca cordobesa.
La sonrisa, Julio, que ahora, ay, veo en tu foto para ese
salvoconducto militar que no te sirvió para seguir sentando
plaza de voluntario de la vida ante la muerte de la guerra. Hoy
viene en el periódico la foto del marine sentado en el sillón
palaciego de Sadam, que es como la reescritura gráfica de aquel
miliciano madrileño de 1936 que se fuma un pitillo en el
estrado de un palacio ducal. Pero falta tu crónica sobre esa
barbaridad de palacio. La que quizá nos hubiera traído la
misma sonrisa de los pepinos, cuando hubieses dicho que este
Sadam, aparte de un dictador, es un hortera de mucho cuidado que
tiene un espanto de cama en su palacio, una pasada de grifería
de oro en los baños, más propia de yate "Nabila" de
Kasogui en Puerto Banús que de sátrapa de un pueblo
depauperado.
Ahora no hay sitio más que
para el dolor, Julio. Malhaya la guerra, dice tu padre, y su
maldición, largo quejío de una copla, suena del Guadalquivir
al Tigris. En las palabras de tu padre, Julio, volvemos a oír a
Herodoto. La guerra es este tiempo en que se quiebran las leyes
de la vida y los padres entierran a los hijos. Y se hacen
funerales los naranjos en flor de tu Córdoba.
Sobre
la guerra, en El Recuadro:
- "Guerra
no, gracias"
(29 enero 2003)
- "El
as en la manga"
- "Terenci
murió en Bagdad"
- "Falta
la bandera de España"
- "Contra
los americanos"
- "Ilegalizados"
- "Pacifistas
de cinco jotas"
- "Almodóvar
y Marifé de Triana"
- "Un
asesino"
- ¿Irá
el Gafe en el "Galicia"?
- "La
falla del Bu"
- "Azorados"
- "Sadam
Hussein vende cal"
- "Don
Tancredo en Texas"
- "Los
nuevos amos del mundo": opinión de A.B. en la encuesta de
El Mundo, "Reflexiones ante la guerra"
- "Suenmano"
"El Rey nos manda a
los albañiles"
- "Almodòvar
se juega el Oscar"
- "Memoria
de la fragata Santa María"
- "Pancarta
contra la guerra"
- "Sueño
goyesco"
- "Pegatinas
a la andaluza"
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