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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, viernes 11 de diciembre de 1998


José Hierro: "Ojú, qué frío..."

José Hierro, en Cádiz (Foto Braza)
José Hierro, en Cádiz (Foto Braza)

No sé por qué, siempre he pensado en Miguel Hernández cuando he visto a Pepe Hierro, cuando he leído los poemas de Pepe Hierro. Sí, claro, sé por qué. Porque Pepe Hierro era como un Miguel Hernández que no hubiera muerto en la cárcel y que pudiera haberse ido a Santander a seguir escribiendo libros de versos para la colección Cantalapiedra, para que pudiera ganar el Adonais. Porque, para nosotros, Pepe Hierro seguía escribiendo nanas para dormir a un preso, terribles carceleras de la literatura española donde hay un Hernández que viene a Sevilla, que llama a puertas amigas que no le dan posadas y se tiene que ir al prendimiento seguro de la frontera de Portugal, y hay un Pepe Hierro que cumple condena, mientras Buero Vallejo pinta el retrato de Miguel, mientras siguen sonando las nanas de la cebolla para los presos que luego escribirán libros a los que tendrán el valor civil de ponerle por título el nombre de la alegría.

Pepe Hierro. No don José Hierro, ni José Hierro, sino Pepe. Cercano Pepe Hierro. La gaviota sobre el pinar. La mar resuena. No puede ser don José. Será siempre Pepe. Un Pepe afectivo, no despectivo, que hay en literatura diminutivos que son dagas: Manolo Machado, Manolito Chaves Nogales. El Don José quedaba para Pemán, que Hierro era Pepe, como Pepe Caballero era siempre Pepe, que José Caballero sonaba a lorito de película de Walt Disney con samba de Carmen Miranda. Vimos muchas veces a Pepe Hierro por Sevilla, lecturas de poemas del Club La Rábida. O por Huelva, cursos de poesía española contemporánea en La Rábida. Lo conocimos luego en Madrid, en el Ateneo de Florentino Pérez Embid y en su Estafeta Literaria, donde Pepe Hierro era un símbolo de la España posible de la reconciliación que empezaba a existir gracias a la literatura, a sus poemas en Ínsula, a la colección Adonais. Siempre poeta, por humano. Las niñas de Filosofía y Letras quedaban deslumbradas por Pepe Hierro. Entendían que un poeta era un tío cursi, y afectado, siempre escuchándose la salud y la palabra, blandeando de hombre, y llegaba Pepe Hierro a leer sus poemas y era un tiaco con cara feroz, intencionadamente pelón para proclamar que no tenía ni un pelo de tontito, con planta de forzudo de lucha libre americana o de levantador de pesos. Levantador de pesos era, el peso de la humanidad, de los sentimientos. "No es verdad que tú hayas sufrido,/ son cuentos tristes que te cuentan".

Y aquel Pepe Hierro de aquellas lecturas con tanta fuerza de hombre en los versos recios y cántabros nos pintaba nada menos que el frío en los huesos de los andaluces, del hambre de los andaluces, de las penas de los andaluces. Leía Pepe Hierro su poema carcelario, no es verdad que tú hayas sufrido, y por el patio de la prisión, las manos en los bolsillos, la derrota en el alma, pasaban los republicanos andaluces del Dueso, de Burgos, de Ocaña. En sólo cinco palabras, Pepe Hierro daba la descripción de la triste alegría de todo un pueblo: "Los andaluces, ojú, qué frío..." No qué terrible frío, que hondo frío de España, sin el sol de nuestros olivares, sino una sola exclamación: ojú, que frío... En esta mañana andaluza de frío me llega la alegría del premio Cervantes a aquel Pepe Hierro del "ojú, qué frío" para describir a los andaluces. Con las manos en los bolsillos, con las humedades del tiempo, me acuerdo de aquella lejana lectura de poemas. Esas solas cinco palabras se merecen el Cervantes. Por eso proclamo: Pepe Hierro, premio Cervantes... Ojú, qué alegría...


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