Para tiendas de los
veinte duros, las de entonces. Entonces todas las tiendas sí que eran de verdad de los
veinte duros. Carísimas. Veinte duros eran casi tres días de salario mínimo, que José
Antonio Girón de Velasco, en plan revolución pendiente de la Falange, lo puso en 36
pesetas al día. Con un billete de veinte duros, el constructor que estaba haciendo los
primeros apartamentos en Chipiona, en Almuñécar, en Punta Umbría, pagaba el sueldo de
dos albañiles y le sobraba dinero. Para ganar veinte duros, los andaluces se tenían que
ir a Alemania, en la ampliación de recorrido del Tren de las Lágrimas que se produjo en
los años 60. Hasta los años 60, el Tren de las Lágrimas era el que aquí llamábamos
"El Catalán" y en Cataluña, "El Sevillano". A pesar de los XXV años
de Paz de Franco, a pesar de los Planes de Desarrollo, a pesar del Polo de Huelva y a
pesar de la incipiente Costa del Sol, aquella del Hotel Pez Espada como gran recurso
turístico andaluz, quien quisiera ganarse un jornal de veinte duros tenía que irse a
Alemania. Por lo que "El Catalán", también dicho "El Sevillano", fue
el primer tren de largo recorrido, tan larguísimo que llegaba hasta la Siemens o la
Mercedes, a apretar tornillos...
Veinte duros, pues, eran
veinte duros. Que se pueden mirar desde el lado de que como España era tan Una, tan
Grande y tan Libre, eran tan valiosos que hasta los hacían en papel. Claro, que también
se pueden mirar por el otro lado, que como no había de nada a pesar del triunfalismo de
los Planes de Desarrollo, no había ni metal para hacer las monedas de veinte duros, que
llegaron casi con la democracia.
Y como suele ocurrir en las
contradicciones de Andalucía, los billetes de aquella tienda de los veinte duros que puso
el Banco de España para acuñarlos llevaban casi todos ilustres personajes andaluces. No
acababan de retirar los billetes de veinte duros de Bécquer cuando ponían en
circulación los billetes de veinte duros de Julio Romero de Torres pintó a la mujer
morena. Y no acababan de retirar a Julio con su capa y su sombrero por el puentecito,
puentecito, puente de San Rafael, dime por qué caminito te los ha llevaíto para no
volver, cuando volvía otra música, la de don Manuel de Falla, el gaditano de Granada, el
granaíno de Cádiz, músico lejano y confuso, del que nos llegó su obra póstuma
"La Atlántida" como si fuera una canción del festival del Mediterráneo o del
Festival de San Remo, o del Festival de Benidorm, con igual cobertura en Radio Nacional de
España y en el único canal de la Televisión Española del Paseo de la Habana.
Incomprensiblemente, de toda
la constelación de intelectuales y artistas adictos a la II República, el franquismo
pasó bastante la mano con don Manuel de Falla. El homenaje del billete del Banco de
España es inequívoco. Sin salir de Granada, hubiera sido impensable ver a García Lorca
en los billetes de veinte duros, ver a don Fernando de los Ríos. Como Falla estaba
muerto, no podía volver del exilio, no tenía que hacer gestiones José María Pemán
para que pudiera regresar, como Alberti. El mejor rojo para el franquismo era el rojo
muerto, hasta el punto de que no le importaba poner a los rojos muertos y andaluces en los
billetes de veinte duros, o con "La Atlántida", en los teatros nacionales donde
toda antología de la zarzuela de José Tamayo tenía su asiento. Antonio el Bailarín,
por otra parte, se hartaba de hacer coreografías de "El sombrero de Tres Picos"
y de "El amor brujo" en los Festivales de España de Fraga Iribarne.
Y Falla, además, era andaluz,
condición casi indispensable para salir en los billetes de veinte duros, como Séneca
había salido antes en los billetes de peseta. Llevaban efigies de ilustres andaluces
aquellos billetes de veinte duros que tantas fatiguitas costaba ganar en Andalucía.
Llevaban a Falla o llevaban la crueldad de Bécquer, que en toda su vida llegó a ganar
veinte duros, no con los versos, sino como periodista y como funcionario en las
covachuelas ministeriales de Madrid. O venía Julio Romero de Torres y la cordobesa de los
veinte duros. Como Julio Romero de Torres pintó la mujer morena y la mujer morena venía
en los veinte duros de Romero de Torres, de toda cordobesa con la ajada belleza de la
senectud, que se viera a leguas lo guapa que había sido de joven, a poco que estuviera en
un asilo o recogida de la caridad pública se decía:
-- Fíjate la pobre, sin un
duro, y eso que sale en los billetes, de cuando la pintó Romero de Torres...
¿O era Anita la de la Peseta
la cordobesa que salía en los billetes de veinte duros de Romero de Torres? Para mí que
eran los ojos negros y rasgados, los ojos de misterio y la carita de pena de Anita la de
la Peseta. Que, haciendo caridades, de los veinte duros del billete, se quedaba solo con
una peseta, la que su nombre indicaba. Las noventa y nueve restantes se las daba a los
pobres. Todos los cuales, naturalmente, habían sido anteriormente pintados por
Velázquez. Pero Velázquez, ay, a pesar de lo adicto al régimen que era, no salía en
los billetes de veinte duros. Ni aunque fuera también andaluz.
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