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Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 30 de enero de 1998


Cartel de "Esa voz es una mina", visto por Idígoras y Pachi

Cartel de "Esa voz es una mina", visto por Idígoras y Pachi
 

Era más famoso entonces que Alejandro Sanz ahora. Su aguda voz de sirena de la Fábrica de Tornillos había que oírla cuando la imitaba Emilio el Moro, que parecía que estaba pasando por el altavoz de la radio uno de los primeros patrulleros del 091:

--- El maceteroooooooo......¡Iiiiiiiií!

Antonio Molina era un filón para Emilio el Moro, como la parodia de "El pescador de coplas":

Tengo una Vespa muy buena.
toa hecha de chapa, de chapa y motor,
cruzando la carretera,
mi Vespa se me paró...

Todas los defectos de los imitadores de Antonio Valdés Molina eran las virtudes de Antonio Molina. Un hombre, hombre, en la historia de la copla andaluza, como un Angelillo de segunda generación. En tiempos de Antonio Molina nadie sabía quién había sido el otro Molina, el Miguel de Molina que estaba en Buenos Aires acuñándose su propio mito en las monedas de oro que colgaban de sus anillos imposibles. Antonio Molina fue siempre un hombre del pueblo que cantaba para el pueblo las coplas que al pueblo gustaban. Eterno emigrante, que tenía una copla morena hecha de sol para cruzar la mar serena de una Andalucía que se estaba yendo por aquellos años a Alemania en el tren de las lágrimas, o en el Catalán al Bajo Llobregat de la Seat, con la maleta amarrada con guitas. No con cuerdas. Con guitas. Maletas de cartón, maletas de quintos, maletas de vagones de Tercera amarradas con miserias, con hambres, pero también con ilusiones, con esperanzas. Antonio Molina era el pescador de coplas, el canachero de la fuente del avellano, el macetero. Qué pregones más hermosos daba por las calles de la radio en aquella Andalucía de los pregones de los búcaros finos de La Rambla o de Lebrija:

Abrid, niñas los balcones,
que ya está aquí el macetero...

Como seguía habiendo dos Españas, dos Andalucía, por un lado del mar iba Angelillo pregonando los boquerones del alba y por el otro venía Antonio Molina trayendo la flor más bonita que hay en el mundo entero, que es la copla. Era una Andalucía de películas de Luis Lucia, de Cifesa. En los años en que en Italia se estaban haciendo las películas del neorrealismo, aquí se rodaban las películas del realismo mágico de Antonio Molina, con su figura lorquiana de cabeza de ensortijados bucles, como un Camborio en ferraniacolor. En aquella Andalucía agraria todavía con eras y con trillos en los ejidos de los pueblos, con cántaros al cuadril de las muchachas en los pueblos sin abastecimiento público de agua, Antonio Molina siempre hizo papeles de tecnología punta de la época. Fue el cronista de la emigración, de la pesca a la que no habían llegado ni los congeladores onubenses de Chamaco ni los barcos de los japoneses a las almadrabas de Barbate. Y, sobre todo, el minero. Era una Andalucía minera despreciada hasta por la incipiente intelectualización del flamenco. A la hora de hacer un festival del Cante de las Minas, se lo llevaron a La Unión (Murcia):

Se está quedando La Unión
como un corral sin gallinas,
a unos se los lleva Dios,
y a otros los matan las minas.

La que se estaba quedando como un corral sin gallina era la minería andaluza. Una sombra eran aquel Linares del plomo, aquella Peñarroya del carbón, aquel Riotinto del cobre, aquel Cerro del Hierro. Un recuerdo era el esplendor autárquico de los pueblos que, durante la II Guerra Mundial, con el wolframio y con otras fortunas del subsuelo habían encontrado un pasajero El Dorado. Cuando Antonio Molina, en 1955, rueda "Esa voz es una mina", pinta una Andalucía idílica de pozos y vagonetas, sentenciada a muerte por la revonconversión y, antes, por los Planes de Desarrollo:

Yo soy minero
porque a mí nada me espanta
y sólo quiero el sonío
de una taranta...

El compañero, dale al marro, le daba al marro, y avanzaban los mineros en desfile triunfal por la galería, como un paseíllo de picadores en el albero del carbón. Sin embargo, siempre acababa saliendo la Andalucía del hambre:

Cocinero, cocinero,
aprovecha la ocasión,
que el futuro es mú oscuro
trabajando en el carbón...

Y tan oscuro. Los pueblos mineros andaluces se iban quedando como un corral sin gallinas. Quien mejor veta encontró en aquella mina fue el propio Antonio Molina. Como era más famoso que Alejandro Sanz hoy, hasta hizo que le cambiáramos la letra a los villancicos:

En el portal de Belén
ha entrado Antonio Molina,
y le ha dicho San José:
Esta voz es una mina...

 


 

 


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