Ahora que Idígoras y Pachi han puesto a Francisco Rivera en el
momento en que lo toca la mano de Dios, podríamos considerar que la enfermería de la
plaza de Pozoblanco fue la Capilla Sixtina para la eternidad de la memoria del torero de
Barbate. Hubo un Miguel Angel que pintó aquellos desgarradores frescos de la Creación en
aquella corrida septembrina, cuando la temporada estaba ya casi terminada y Paquirri, como
Manolete en su día, de lo que tenía ganas era de darla por acabada y de descansar. Antes
y después de Paquirri ha habido muertes en el toreo. Muertes de romance. Muerte de
romance fue la de Gallito, con estreno de lágrimas de verdad por parte de la Macarena y
con el río Guadalquivir teñido con sangre de los Ortega. Muerte de romance fue la de
Manolete, con Lupe Sino queriendo entrar en el cuarto del hospital de Linares y Angustias
Sánchez, qué pena, pena, llorando en su casa de Córdoba. Muerte de romance la de Manolo
Montoliú, un hombre de plata muerto en el oro de la feria de Sevilla, el arte de un gran
torero que instantes después era un cadáver velado en el hueco de una escalera de la
plaza. Si existe el romancero popular de la muerte de los toreros, también existe Solana,
cuando en Sevilla muere Soto Vargas. Cuando muere El Yiyo.
La de Paquirri fue la primera
muerte mediática en el mundo del toreo. Una muerte casi televisada en directo, por obra
del Miguel Angel de aquella Capilla Sixtina, Salmoral. En Pozoblanco, aquella tarde
septembrina, estaba el vídeo de Salmoral. No los equipos de Televisión Española, no las
unidades móviles. Allí no había más unidad móvil que la profesionalidad de un
corresponsal de TVE que ni siquiera estaba fijo en plantilla. Un colaborador, a tanto la
pieza colocada en un telediario, que fue a Pozoblanco lo mismo que fue Paquirri, por
casualidad o por malas del destino. El dedo que está tocando a Paquirri, herido de muerte
en la enfermería de Pozoblanco, es el dedo del dios de nuestro tiempo, el dedo de la
televisión, y Salmoral es su profeta. Ha venido antes, herido, por el callejón, como en
un Gólgota con siete palabras que tienen sólo cinco:
-- ¡ Que llamen al doctor
Vila...!
Todos hemos asistido a ese
traslado del torero herido por el callejón. Todos, antes, lo hemos visto cuando el toro
lo ha enganchado, lo ha levantado, lo ha tenido tiempo y tiempo prendido en el pitón,
ahondando el destino. No hay televisión en directo, pero como si la hubiera. Todos hemos
estado allí. Como luego, por la lenta, trágica, interminable carrera por el callejón,
Francisco Rivera en brazos de los banderilleros, buscando esa puerta de la enfermería
que, toca madera, los toreros ni a preguntar se atreven nunca donde están. Y mientras los
llevan, que aún lo están llevando, que no acaba nunca de llegar a la enfermería, todos
estamos oyendo, en vivo y en directo, en vivo y en vísperas de la muerte, la voz en off
del primer romance mediático de la muerte de un torero:
-- ¡ Que llamen al doctor
Vila...!
Lo demás, es portada del
"Hola", con la foto de Alberto Matey a las gafas negras de Isabel Pantoja. Punto
en el que obligada es la meditación sobre la mala suerte del negro pozo del mal fario de
Pozoblanco. Hemos dicho que la foto a Isabel Pantoja, rota por el dolor, en el cementerio
de Sevilla donde ahora Paquirri es bronce de leyenda junto a Joselito, se la hizo Alberto
Matey. También murió Alberto Matey, en la carretera. Como antes había muerto Salmoral,
el que tocó la mano de Rivera con su vídeo. Sin que lo hicieran fijo en Televisión,
como dijo cuando lo quisieron proponer para un premio:
--- No, yo premio no quiero
ninguno por lo de Pozoblanco; yo lo que quiero es que me hagan fijo...
Tarde de muerte la de aquella
tarde mediática en Pozoblanco. Tarde donde el diablo cargó todas las escopetas. Más
aldea de Solana que Aldea Global de la Galaxia Mediática. Para poder entrar en aquella
enfermería de pueblo donde había tanta muerte, tuvieron que echar la puerta abajo a
patadas, cuando venían con el torero herido desde el callejón interminable. Paquirri,
que lo sabía, había llamado al doctor Vila. ¿No lo iba a llamar, si tras aquella puerta
estaba toda la peor suerte que nunca hubiera en una plaza de toros?
De cuantos integraban el
cartel de aquella tarde en Pozoblanco, murió Paquirri, y le dejó a España una viuda de
romance y copla, sin saber que nos iba a dejar también un hijo torero, con su nombre y su
apellido, y el segundo del Maestro de Ronda. Pero es que, después, un toro mató a El
Yiyo, otro de la terna. Y El Soro, el tercer espada que completaba el cartel, anda con
muletas y no ha podido volver a pisar una plaza de toros. Los toros eran de Sayalero y
Bandrés. Al ganadero lo asesinaron a tiros en Algeciras. Las fotos del dolor se las hizo
Alberto Matey a Isabel Pantoja. Alberto Matey murió en un accidente de coche. Salmoral el
del vídeo murió sin que lo hicieran fijo en TVE. A Canorea, el empresario, lo han
operado de una cosa mala que afortunadamente ha sido buena. De los protagonistas de
aquella muerte mediática, casi no queda uno vivo. Apenas dos, Canorea y El Soro. Y el
doctor Vila. Para que, en el mal fario de Pozoblanco, lo puedan seguir llamando.
Sobre
este texto, lean también: Domingo Reina: "Pozoblanco, Pozoblanco, no pozonegro, no
pozonegro..."
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