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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, jueves 12 de noviembre de 1998


Sermón del botellón

Botellones y cerveza de grifo

Barra de bar en la ciudad-taberna

Esto no es un artículo. Es un sermón civil. El sermón del botellón. Una meditación. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué estamos creando esta España alcoholizada, más joven que borracha y más borracha que joven, en la que pronto la piel de toro tendrá forma de botellón, siendo su tapón el Estrecho de Gibraltar? Escribo sobre la muerte de un muchacho muerto de un navajazo en el botellón nocturno. Las madres ven a sus hijos marchar al botellón del fin de semana como si fueran a la guerra, porque saben que van a la guerra. Una guerra cierta, que libra el batallón del botellón y en la que cada viernes y cada sábado hay muertos. Los muertos de los vespinos. Los muertos de los coches que dan cinco vueltas de campanas por un terraplén y en el que mueren, carbonizados, tres chavales y dos chavalas. Los muertos del navajeo. El estudiante de Arquitectura que iba por la calle Génova de Madrid tan ricamente cruzando la calle con unos amigos, se bajaron unos del botellón de un coche, le dieron una puñalada y lo dejaron tendido, muerto en la calle. El chaval de los Jardines de Murillo de Sevilla, desengrándose en la madrugada ante el pavor de quienes lo veían agonizar sin poder hacer nada.

Tenemos, dicen, una juventud muy sana. Y muy borracha. Nunca en las tabernas de Andalucía se bebió tanto, ni tan desaforadamente, ni con tanto hartazgo como se bebe ahora en cualquier calle, en cualquier esquina, en cualquier parque. Todo está sacado de quicio, pero la botellona, más. Antes se bebía dentro de las tabernas, en las que se prohibía el cante, a las que los hijos debían ir, como en una novela de Dicenta, a sacar con lágrimas a los padres borrachos y llevárselos a su casa. Las mujeres sabían que los maridos estaban en la taberna acabando con la cosecha de mosto de Umbrete, los hijos sabían que estaban en las taberna gastándose el jornal. Ahora son los padres los que tienen que ir por los hijos, a la taberna de la calle. Pero no pueden, porque no saben dónde están. Se dice por la Semana Santa el tópico de que toda la ciudad es templo. Se debe decir ahora durante todo el año nuevo tópico de que toda la ciudad es taberna, que todo el albero de los jardines es serrín de mosto y borrachera, de vómito y cristales rotos.

¿Qué está pasando aquí? Ni sé las causas ni puedo, como todo el mundo hace, mostrar los remedios. Lo que sí debo es presentar armas de estupefacción. No entiendo absolutamente nada. Quizá sea el problema, que ni los propios protagonistas de esta ciudad tabernaria, ni los que la gobiernan ni los que se beben el botellón de güisqui de garrafa y de ginebra adultera, saben qué está pasando aquí. ¿Por qué toda una generación se está haciendo adicta al alcohol, por qué las cirrosis de dentro de veinte años van a ser de garabatillo, como ahora las tajás? Lo más contradictorio de todo es que esta generación borracha, beoda, la que ha convertido a la ciudad toda en taberna, es la que te habla del medio ambiente, de la ecología, de la solidaridad, de las ONG, del agujero de no, de la ayuda al Tercer Mundo, de las campañas contra los peligros del tabaco. Cuantos más altos son los ideales que proclaman, más bajunos los hábitos que practican en la ciudad tabernaria, soez, maloliente, sucia de micciones y de vidrios rotos. Los padres querían cambiar el mundo. Los hijos, como han visto que no se puede cambiar y encima no encuentran trabajo, se conforman con bebérselo metido en un botellón.

 


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