Como el No-Do decía que con los XXV Años de Paz,
entre pantanos y microescuelas, entre convenios colectivos y Plan Redia de Carreteras,
Franco había puesto a España de cine, pues los americanos que estaban en Rota, en San
Pablo, en Constantina, en Torrejón y en Zaragoza se enteraron y mandaron llamar a los
peliculeros de Hollywood. Quienes decidieron hacer un inmenso plató en aquella España de
cine, de cine negro de la dictadura.
Hasta entonces, los
peliculeros habían venido en plan viajeros románticos, para rodar "Pan, Amor y
Andalucía", para rodar "El sueño de Andalucía", la españolada, del
mismo modo que nosotros rodábamos la versión número 4.359 de "Currito de la
Cruz". A diferencia de la españolada anterior con Vittorio de Sica por las calles de
Sevilla y con Jorge Negrete del brazo de Carmen Sevilla para que Jalisco cantara en
Sevilla, ojú, cuánta Sevilla... A diferencia de la españolada anterior, decíamos,
ahora los americanos venían a España para rodar lo suyo de ellos. Seguro que Franco, al
enterarse, le dijo a Fraga Iribarne, a la sazón ministro de Información y Turismo,
encargado de los paradores nacionales y del rodaje de las películas:
-- Mire usted, Iribarne,
gracias a nuestra paz y a la unidad de los hombres y las tierras de España, esto es
Hollywood.
Aquí hubo hasta corridas de
cuadrigas en "La caída del Imperio Romano", que Mel Ferrer era el bueno y
Sofía Loren, la muchacha. Aquí fuimos todos de extras chinos cuando empezaron a pagar
los jornales de "55 días en Pekín", donde el único que no iba de chino era
Charlton Heston. Esto fue la Meca para "Lawrence de Arabia"... Hasta que los
peliculeros descubrieron Almería. A Almería, la verdad, es que entonces (como ahora) no
iba nadie. Por no ir, ni Franco iba a inaugurar pantanos. Fue una vez Juan Goytisolo, y le
salió el precioso libro de viajes de "Campos de Níjar". Fue otra vez Antonio
Díaz-Cañabate, en tren, que tenía mérito, cuando continuó las crónicas viajeras de
la Ruta del Calatraveño de Víctor de la Serna. Más que ir allí, de Almería se iba la
gente. A Barcelona. El símbolo de la emigración almeriense era Manolo Escobar, que hizo
un carrerón: se colocó de cartero en Barcelona, antes de que perdiera el carro y con
ello descubriera que España es lo mejor. Como lo mejor para rodar exteriores de
películas de indios y combois, pero con poquitos indios y con muchos combois, era
Almería. Lo descubrieron los americanos de Samuel Bronston, el productor que había
convertido a España en un inmenso plató.
Nosotros lo comprendimos.
Aunque lo desconocíamos todo (como ahora) del Oriente andaluz, teníamos una cultura
bastante buenecita del Oeste americano. Comprendimos entonces que Almería era como
Arizona, y más aun entonces, que no había cultivos bajo plástico, agricultura temprana
y riquezas de primor. Como teníamos de Almería la idea desértica de los "Campos de
Níjar" de Goytisolo, comprendimos que Samuel Bronston decidiera convertir aquella
parte de Andalucía en Santa Fe, en San Francisco, en San Antonio, en cualquier lugar del
santoral de los topónimos hispanos del Sur de los Estados Unidos, del salvaje Oeste.
Cuando alguna vez, rara vez, Almería salía en el No-Do, comprobábamos que aquel paisaje
era como los exteriores de "El Virginiano", de "Bronco y Cheyenne", de
"Bonanza", sobre todo de "Bonanza". Sobre los tebeos de indios y
combois, sobre las películas de indios y combois, nuestra cultura del Oeste había hecho
un master con los telefilmes del Oeste de TVE, por lo que sabíamos que La Ponderosa
estaba exactamente en Almería.
Nada más lógico, pues, que
sin comerlo ni beberlo Franco, los americanos le hicieran un Polo de Desarrollo
Cinematográfico en Almería, donde montaron unas importantes fábricas de
espagueti-western. Hacían películas del Oeste como el que fríe calentitos, churros,
jeringos o tejeringos. La plantilla siempre era la misma: el pueblo del Oeste, el saloon,
los combois buenos que se enamoraban de la muchacha y los combois malos de las gabardinas
blancas y largas que llegaban para que el bueno no se enamorara de la muchacha. Los
combois buenos cambiaban, depende del que contratara Samuel Bronston. Pero el comboi malo
era siempre Fernando Sancho, que por muchos bigotes mexicanotes que le pusieran, se notaba
siempre que era un comboi falangista, que acababa de llegar de "Raza" o de
"El Alcázar no se rinde".
De todas aquellas películas
de la fábrica de espaguetis de Almería nos sonaba la letra del argumento. Así que lo
único nuevo era la música. En vez de sonar el "Oh, Susana" o "Cuatro
caballos van para Bonanza", aquellos bodrios tenían unas bandas sonoras que ni las
bandas de Semana Santa. Había en la fábrica de espagueti-western de Almería un italiano
que se llamaba Morricone, sin premio, que hacía unas músicas del Oeste preciosas,
gracias a las cuales los combois buenos eran mucho màs buenos, aunque nunca conseguían
que al malo, a Fernando Sancho, se le quitara la pinta de falangista. Aunque lo vistieran
como al abuelo de "Bonanza".
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