El Mundo, martes 24
de noviembre de 1998
Borrell repite, como el zapatero de Elche: "¡Ché, que soy
el líder!"
En ese
interior emirato árabe con palmeras del Huerto del Cura. camellos de las fiestas de moros
y cristianos y pozos de petróleo de la riqueza zapatera que es Elche, los grandes emires
de su particular Golfo Pérsico dieron en competir hace tiempo con la grandeza y lujo de
sus villas residenciales. Y como atesoraban en ellas grandes riquezas de artes
decorativas, de muebles de anticuario y de cuadros de firma, empezaron a competir también
en quién ponía una reja más alta y fuerte, así como un sistema electrónico de
seguridad más sofisticado. Emulación en la que vino pronto también la moda de comprarse
en el extranjero fieros perros guardianes, dobermanes como el de Alvarez Cascos y pastores
alemanes adiestrados para dejar coja a media nómina de la plantilla alicantina de rateros
de casas de lujo. Compraban los zapateros ilicitanos en Alemania aquellos fieros perros ya
adiestrados, que les venían con una hoja de instrucciones sobre las palabras que habían
de dirigirles para que los reconocieran como dueños y los obedecieran. Sacaba el zapatero
de Elche, un poner, la papela, le decía "Auflaggg" al perro, y aquel fiero
guardián se convertía en un dócil caniche, hasta meneando el rabo, naturalmente que en
alemán.
Pero fue que un zapatero
salió de su casa, echó todos los candados, puso la alarma, soltó al fiero perro por el
extenso y cuidado jardín... y se olvidó dentro la hoja de instrucciones del perro nuevo.
Cuando volvió de madrugada fue ella. Intentó abrir la puerta, y el perro se le
abalanzó. Tras huir, trató de recordar las palabras mágicas, "aushttt" y esas
cosas. Nada. En el miedo, no acertaba con ellas. Y se tiraba todo Elche de risa cuando
contaban que a las mismas tantas del día vieron al zapatero encaramado en la reja,
diciendo diciendo muy serio y convencido al fiero pastor alemán: "¡ Ché, que soy
el dueño!"
Me he acordado del zapatero de
Elche porque lo de Borrell es exactamente igual de absurdo y de ridículo. González se
fue, cerró y se llevó el papel de instrucciones del perro, y ahora no hay quien entre
dentro de la casa común para recuperar el liderazgo. Por eso se dan esas dentelladas
entre ellos, como pastores alemanes, que todos quieren guardar el rebaño. Y aunque hayan
hecho las paces y se hayan dado el abrazo, a Borrell lo estamos viendo tratando de amansar
a las fieras como al dueño de aquella mansión de Elche, encaramado en la verja, a las
tantas de la madrugada, diciendo a los perros que ladran y amenazan: "¡Ché, que soy
el líder..!."
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