No les descubro mediterráneo alguno si digo que el Toreo es una fábrica de creación de lenguaje. En plena producción. No hay que recordar la de frases toreras que usamos en el habla coloquial: de atarse los machos a venir con las de un miura. Pero hay en ese lenguaje del Toreo una parte lírico-pictórica que de por sí sola justificaría que sea considerado como una de las Bellas Artes. Son las metáforas poéticas ya consolidadas que se usan para denominar los colores de los vestidos de torear: caña, obispo, berenjena... Le pondremos música, con letra de Rafael de León: "Aquí no hay plaza ni nombre/ni traje tabaco y oro". Es la clásica paleta de colores donde el rojo es grana, el marrón es tabaco y el celeste, Purísima. Y hay hasta humor negro. El negro es "catafalco". De catafalco y azabache ha ido José Marìa Manzanares toda una temporada, de luto por la muerte de su padre. Y está también el color nazareno. Aunque aquí en Sevilla eso de "nazareno y oro", tan claro en otras partes de España, puede mover a confusión. A bastante. ¿Nazareno y oro? ¿Pero nazareno de La Paz y Oro, o nazareno de La Quinta Angustia y oro, o nazareno de Santa Cruz y oro, en cuyo caso sería catafalco? No, lo de "nazareno" va por el color común en la túnica de los Cristos con la Cruz al hombro, no por los hermanos en estación de penitencia. Y como la túnica de los Cristos Nazarenos suele ser morada, pues "nazareno" se le quedó en el Toreo a ese tono de la paleta de los sastres de los vestidos de torear, como Algaba o Fermín.
Esos son los colores clásicos. Pero ahora coges el programa de mano que en la puerta de la plaza te entregan los chavalitos que quieren ser toreros, y al leer los vestidos de las cuadrillas, ¡te encuentras con cada mariconada cromática! He visto reseñados banderilleros que iban de "espuma de mar y plata", o de "verde pistacho y azabache", e incluso de "azafata y plata"; no sé si azafata de Iberia o azafata de Ryanair, que sería entonces "low cost y plata".
Ha habido quien ha cambiado la poética de las metáforas de los colores toreros por el humor. Famoso era en esto el poeta bilbaíno Javier de Bengoechea (1919-2009), que ejercía de crítico taurino en "La Gaceta del Norte" y en la ficha de la corrida se inventaba con ocurrencias divertidísimas los colores de los ternos de los espadas, en comparaciones a cuál más tronchante: "Ariel y oro", "Taxi y plata" o "Jabugo y azabache". En este arte fue famoso en la barrera del tendido 2 de Sevilla el pobre de Gregorio Conejo, entonces inevitable en todas las fotografías y ahora recluido en un sanatorio, olvidado de todos, ¿verdad, Luis Carlos Peris? Los vecinos de abono le tiraban de la lengua, para que largara y ante un matador que iba de tabaco y oro, por ejemplo, le preguntaban:
-- ¿De qué color va este, Gregorio?
-- Va de Celtas y oro, porque su tabaco es malísimo.
Conejo se inventó el "Catunambú y plata", el "Tussam y oro", y, cómo no, el "Real Betis y oro", color que naturalmente reservaba por razones obvias para su Curro Romero de su alma. Ya digo que estas metáforas de los colores en el Toreo son un proceso de creación continua. Tanto, que leyendo la espléndida crónica de Lorena Muñoz Limón sobre la corrida de Sanlúcar de Barrameda en la que Roca Rey "se entretuvo" (como suele decirse) en cortar dos rabos, en la ficha de la reseña ponía que el emergente diestro limeño, llamado a grandes glorias, llevaba un vestido "tirita y oro". ¿Fue una broma genial de Lorena o es que la cuadrilla se lo reseñó así? Mucho me temo que, sea como fuere, a lo Gregorio Conejo, a lo Javier de Bengoechea o a lo Justo Algaba, hayan llegado a los vestidos de torear los colores taurino-farmacéuticos, y nada digo como nos metamos en la Parafarmacia del Cortinglés. Tras el "tirita y oro" de Roca Rey en Sanlúcar estoy viendo que Rafita Serna debuta en Madrid de "betadine y azabache"; y que el próximo triunfo de Pablo Aguado sea con un vestido "alka seltzer y oro". Por no hablar del "mercurocromo y plata", del "britapén y oro" o del "lexatín y azabache". Algunos, tiesos, hasta querrán que el SAS les apoquine la receta, digo, la factura del vestido. En copago, claro.
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