Convidados
por el discreto señorío campero de Juan Manuel Blázquez, fuimos unos cuantos cabales
encabezados por Javier Arenas en peregrinación cívica hasta el Arco de los Gigantes y la
Puerta de Estepa de Antequera, porque la cuestión iba de pórticos triunfales. Por
iniciativa del alcalde Jesús Romero, se iba a descubrir en la plaza de toros de Antequera
un azulejo conmemorativo de la hazaña del señor Francisco Romero en la corrida goyesca
del sesquicentenario, donde lo de menos fue que cortó las dos orejas y el rabo de un
jandilla; lo de más fue el recuerdo de la perfecta brevedad con que aquella faena
permanece en la memoria de quienes estuvimos allí el 20 de agosto. En la historia del
currismo, "lo de Antequera" es ya como "lo de los seis toros de
Tassara", o "lo de Radiador", o "lo de Almería". Cuando
en la biografía de un torero se usa el artículo neutro para recordar una faena, se le da
condición de hazaña, como en la Historia se habla de "lo de Roncesvalles" o
"lo de Bailén".
El andaluz es voraz de
tradiciones al tiempo que codicioso de novedades. El descubrimiento de una lápida es la
síntesis perfecta. Andalucía está llena de azulejos que recuerdan cosas. Las calles de
Cádiz, de Málaga, de Córdoba, son un repertorio epigráfico de las historias locales.
Acto sin descubrimiento de lápida es acto perdido. Lápidas en las que Triana le va
ganando por goleada a Carrara. Cada vez se usa más el azulejo y menos el mármol. Ni
servidor de ustedes se ha librado de su azulejo. Por generosidad de los amigos de Arcos de
la Frontera, el nombre de quien firma este artículo tiene ya la breve eternidad del
azulejo en la puerta del Teatro Olivares Veas, y no mal acompañado, porque al otro lado
está el mármol que recuerda que la Reina Doña Sofía presidió la reapertura del
restaurado teatro. Ese azulejo me ha emocionado especialmente, por cuanto recoge una frase
del primer artículo que publiqué en mi vida, cuando estaba estudiando primero de
Filosofía y Letras: "Arcos de la Frontera, símbolo y síntesis de Andalucía,
antología grácil y espontánea de los valores del Sur". Así que desde aquí, coram
populo, doy las gracias a los amigos de Arcos que se han acordado de este guardia para
hacer memoria de azulejo el olvido de una frase en un artículo.
Desde ese azulejo de Arcos,
vuelvo al glorioso azulejo de Curro Romero en Antequera, cuyo descubrimiento coincidió
con el homenaje que tributaban al Faraón los cabales de la peña "Los Cabales"
que preside Tito Pepe Herrero, andaluz sabio y popular que aunque lleva vivido lo suyo por
esos teatros de España al lado de Concha Piquer, tuvo en la proclamación antequerana del
currismo horas llenas de satisfacción. Sorprendentemente, el azulejo dedicado a Romero en
Antequera es el primero que el torero tiene en una plaza. ¿Ni en Madrid, por cuya puerta
grande salió siete veces, ni en Sevilla, por cuya Puerta del Príncipe salió cinco,
tiene un azulejo Curro Romero? Pues no, no los tiene. Falta en estas plazas la generosa
memoria de Antequera, la perennidad de la cerámica de Triana para el torero de Sevilla. O
del mármol, porque Curro, más que de cerámica, es de mármol, de mármol de Itálica,
al fin y al cabo, ¿qué es Itálica, sino la Camas de la Bética romana y qué son
Adriano y Trajano, sino paisanos de Curro que salieron por la puerta grande de Roma? Es lo
que me decía un viejo currista a la vuelta de las gratas horas de Antequera:
-- Si a Curro le han puesto un
azulejo en Antequera, la Maestranza tenía que estar alicatá hasta el techo...