En aquellos días
volvían todos los exiliados. Rafael Alberti había vuelto desde Roma y Dolores Ibarruri,
desde las emisiones de Radio España Independiente, La Pirenaica, la única emisora sin
censura de Franco. Y, hablando de La Pirenaica, había vuelto Santiago Carrillo para
incorporar su peluca al Museo de la Transición. La clandestinidad de los comunistas se
acabó el día que Carrillo se quitó su peluca, de modo que nunca se sabe si aquel
Sábado Santo, Sábado de Gloria para los viejos sueños de banderas rojas a lo
"Novecento", Suárez legalizó el PCE o legalizó la peluca de Carrillo. Incluso
estudios recientes del Instituto Capilar Farmatín de la Fundación Encarna Sánchez
indican que la oposición del sector duro y bunkeriano del Ejército a la legalización
del PCE fue porque muchos generales franquistas, más calvos como Rafael Calvo Serer (que
no era calvo, sino rojo de la Junta Democrática y del Opus), querían mantener para
siempre en la clandestinidad al peluquín de Carrillo, porque les daba envidia, la
democracia y yo sin esos pelos, se decían mientras acudían el 20 N a echarse un cante
del "Cara al sol" en el Valle de los Caídos, sin saber que ellos mismos eran
caídos vivientes del franquismo.
En aquellos días volvió
también Tarradellas, y dijo lo de "Ja soc aquí", que fue la primera inmersión
lingüística en catalán de las muchas que posteriormente habríamos de tener los
españoles, especialmente los españoles de Andalucía que habían emigrado a la Seat de
Barcelona y que a partir de entonces serían estampillados de catalanes y de socios del
Barsa.
Y también volvían los
exiliados de la cultura. No hablo de los escritores. Hablo de los libros. Volvían a las
librerías las novelas de Sender prohibidas por Fraga, que en sus tiempos de ministro de
Información promovió la cultura del fascículo de su compadre Ricardo de la Cierva
mientras prohibía todo lo que oliera a libertad en las artes, la literatura, el cine o la
creación pictórica. Volvían las películas prohibidas, y ya no había que ir a
Perpiñán para ver películas verdes ni a Portimao para ver películas
testimoniales y con mensaje
que ahora comprendemos que estaban muy bien prohibidas, porque la mitad eran unos coñazos
impresionantes. Y volvía un cuadro. El franquismo tuvo el más ilustre exiliado en un
cuadro. Como del malagueño universal que lo pintó, el "Guernica" fue el más
ilustre exiliado de la cultura española durante el franquismo, más que Cernuda, más que
Juan Ramón, más que Alberti, que hay que ver qué nómina de andaluces en el exilio
intelectual... El "Guernica" fue desde el momento en que Picasso lo pintó para
el Pabellón de la República Española en la Exposición de París como un verso de León
Felipe, otro exiliado. El "Guernica" fue un llanto pintado de los españoles del
éxodo y del llanto, como un canto por la libertad perdida. Como muchos poetas andaluces
se iban a ganarse la vida de profesores de Literatura a Estados Unidos, el
"Guernica", como exiliado que era, fue también a ganarse la vida y la
posteridad en los Estados Unidos, en el MOMA de Nueva York. Si los españoles que
estábamos por la libertad supimos del MOMA, y que significaba Museum of Modern Arts, fue
gracias al "Guernica".
El "Guernica" era
nuestro detente. Igual que en la guerra civil nuestros padres habían llevado el detente
del Corazón de Jesús, nosotros habíamos puesto en el cuarto de estudiantes o, luego,
cuando nos casamos, en aquel pisito alquilado, tan modesto, el "Guernica" estaba
presidiendo la salita de los discos de Paco Ibáñez y los carteles del Che Guevara y de
Salvador Allende, como una Sagrada Cena por lo civil, como un Corazón de Jesús de la
democracia que ansiábamos.
Restauradas las libertades,
era, pues, completamente lógico que el "Guernica" volviera a España. Donde por
cierto nunca había estado. Los sindicatos estaban legalizados, como los partidos
políticos, como los desnudos de "Interviú", como el divorcio de Paco
Fernández Ordóñez, como las manifestaciones, como el Primero de Mayo. La UCD hacía
legal lo que era normal y viceversa, en aquella frase de Fernando Onega que tan bien le
salió a Adolfo Suárez cuando la pronunció, hasta el punto que parecía suya y no de
quien le escribía los discursos. Cuando Javier Tussell iba a Nueva York para traerse el
"Guernica" porque en España había ya libertades, y no con una República, sino
bajo la Monarquía, parecía que se hacía realidad el sueño de los viejos exiliados. Los
viejos exiliados republicanos, en París, en México, en Moscú, decían siempre, cuando
brindaban por la libertad en España:
-- El año que viene nos
tomamos las uvas en Madrid...
Como Santiago Carrillo, y
Rafael Alberti, y La Pasionaria se habían ya tomado las uvas en Madrid, era, pues,
completamente lógico que el "Guernica" volviera a casa por Navidad.
Sobre Picasso,
en "Memoria de Andalucía":
Picasso,
malagueño universal
Indice
de anteriores capítulos de "Memoria de Andalucía"